Me aventuré a explorar nuevos horizontes, y fue en las costas del atardecer donde acabó mi travesía. Se decía que sus puestas de sol podían amansar el corazón lleno de desasosiego de cualquier persona.
Me aferré a mi paraguas y a mi nuevo acompañante, al que yo no agarraba, sino al revés.
La semi-presencia de Kaede me daba paz...
Cuando llegué a la costa no pude salir de mi asombro, aunque el sol ya se hubiera puesto, el cielo estaba mas estrellado que nunca y sus luces se encontraban suspendidas en una tela oscura que protegía toda la tierra.
Sin embargo no todo era tan pacífico, un fuerte viento intentaba arrastrarnos a mí y a mi paraguas a otro lugar, pero encontré un sitio perfecto: un acantilado desde donde se podía vislumbrar todo y apaciguar un poco los efectos del viento.
Tal era la concentración puesta en esta tarea que no me percaté de una figura erguida en el acantilado, yo sólo quería relajarme y buscar paz, así que la ignoré y decidí seguir mi paso hasta una roca con forma semejante a un trono. Y fue ahí dónde me senté a observar todo, no sabía por qué pero su presencia no me perturbaba en absoluto, se notaba llena de poder pero no albergaba ninguna amenaza... o eso aparentaba.