Tostadas y pan caliente

No me gustaba aquel reino, definitivamente era horrible. Me recordaba al de los mestizos, motivo por el cual había decidido invadir el cielo. Andaba por sus tierras, buscando al que fuese su lider, un Yasgeniod, que según algunos de los jovenes había vivido cual mercenario. Obtener información era facil cuando podias leer la mente de la gente.

Finalmente me encontré con uno de esos Yasgeniods, nada que ver con el antiguo "rey". Ese tal Odin había demostrado ser un inepto, y eso que solo coincidí con el una vez, de refilón, en una taberna. Iba borracho. No había sido una muy buena primera impresión, esperaba que esta fuese distinta.

-Disculpa, ¿me podrías llevar frente a tu lider\rey\soberano? Tengo asuntos que tratar con él. -Mi voz era dulce e inocente, pero mi aura estaba completamente expandida y daba a entender que tenía prisa. Tenía muchas alianazas que sellar. El joven Yasgeniod se apresuró en cluplir mis demandas.

-¡Dile que he traido tostadas! -Me preguntaba se sería capaz de hacerlo, la verdad es que tenía una mente bastante simplona.

Me hallaba entrenando, no solo por el hecho de mejorar mis habilidades, sino más bien por la relajación que ello me brindaba, cuando de repente oí como se acercaba alguien con bastante alboroto.
¡Mi señor, un intruso solicita una audiencia! -dijo un joven Yasgeniod al que le faltaba una oreja.
¿Como dices?, ¿de donde procede?, ¿te dijo algo más?
¡Si mi señor, dijo que tenía asuntos que tratar con usted, y que traía tostadas! -replicó el joven

Oh vaya... el intruso sabía la contraseña secreta de la familia real Yasgeniod..., en ese caso el asunto era grave....

Que pase inmediatamente. - Un guardia hizo una señal hacia el pasillo.
Y tu Van Gogh - dije mirando al chico , ve a las cocinas y dí que nos sirvan un refrigerio para tres.
La cara del chico se iluminó al tiempo que salía corriendo de la habitación.
Justo en ese momento una mujer de mirada decidida entraba por la puerta cargando una bandeja con tostadas.
Sonó un ruido estridente, y las tostadas decoraron la escena en un radio de 2 metros a la redonda de la colisión.

Pero que... - miré atónito, ve a las cocinas lo más rápido que puedas y diles que traigan el refrigerio y las tostadas.... para dos....

Pero señor.... - replicó con mirada triste, y acto seguido se dió la vuelta y se fué.

Creo que mandaré que le corten la otra....

Y bien, tu debes ser la invitada..., perdona el estropicio, desde su "accidente" no tiene mucho sentido del equilibrio... ¿Deseas cambiarte y hablar en un lugar más adecuado?

Cuando me invitaron a entrar pasé y cual fue mi sorpresa al ver a un chico que se avalanzó sobre mi. Como no suponia un peligro mi sexto sentido no me había avisado y me había pillado desprevenida, llenandome de mermelada mi vestido oriental, uno de los últimos que me quedaban de Lineris. Me fijé en la cara del chico, no la olvidaría. Carraspeé para aclararme la garganta antes de hablar.

-La ropa puede esperar, pero tengo asuntos importantes que tratar asi que estaría bien ir a otro sitio. -Respondí sin vacilar mientras con un dedo limpiaba un poco de mermelada y lo llevaba a mi boca.

-Por cierto, ¿cuanto hay de cierto en los rumores? ¿De verdad sois un rey mercenario? -Sabía la respuesta, las mentes de sus subditos me habian proporcionado cuanto necesitaba.

-Digamos que alcancé el rango de rey sin ser ese mi propósito, pero si, así es, me entrenaron como mercenario y aunque ejerzo las funciones propias de un rey, aún no he colgado los hábitos de mi segundo oficio como suele decirse...

Parecía tener prisa así que la guié hasta el despacho.

El despacho era bastante humilde, paredes con acabados en madera, un ventanal que se encontraba cerrado con unas cortinas color caoba, y poca decoración, aunque gozaba de varios sillones bastante cómodos y una mesa baja en madera de ébano. Me senté en uno de los sillones, dejando el otro para mi acompañante, del cajón de la mesa saqué dos copas y una licorera.

Serví en ambas copas, se trataba de un líquido azul brillante, con algunas burbujas, parecía muy frío, ya que las copas se empañaron.

-Es agua de maná con gas, muy refrescante -dije a mi acompañante
-Tome cuanta desee -Bebí un sorbo de mi copa.

-¿Y bien, vayamos al grano, cual es el tema que quería tratar?

Seguí a mi anfitrión limpiando cuanta mermelada fuese posible de mi vestido. Cuando llegamos a su despacho y se sentó yo le imité. El sillón era bastante comodo, a pesar del ambiente de sobriedad que mostraba el despacho. Un despacho para una persona centrada.
Bebí un trago de la bebida que me ofreció, verdadedramente era refrescante, aunque tenía un sabor extraño.

-Puede que su antiguo trabajo le sea útil pues. Mi objetivo es sencillo aunque ambicioso, y por supuesto lleno de peligros... Sin embargo, la recompensa bien merecerá la pena. -Hice una pausa y le miré a los ojos. -Pretendo conquistar el cielo. Por supuesto, tendrá que haber guerra, no queda más opción. -Dije encogiendome de hombros. -Solo quiero las tierras, pero como bien sabreís el cielo esta lleno de templos, templos rebosantes de tesoros. ¿Serían esos tesoros suficiente pago por vuestro ayuda? Esta oferta incluye un pacto de no agresión y la libre circulación de comercio y personas entre ambos reinos.

Observé su gesto cauteloso, hablaba como un verdadero líder debe hablar, pero no parecía medir sus palabras lentamente, en realidad, más bien era como si en su cabeza todo estuviera centrado en algo que importaba por encima de todas las cosas...

-Por supuesto es una oferta realmente generosa, y aunque la aceptaré de buen grado, querría pedirle algo más, esto quizás como favor personal...
-Tomé un poco del agua
-Debido a mi experiencia personal, necesito confiar plenamente en toda persona con la que vaya a luchar codo con codo, quizás sea esta la razón por la que casi siempre he luchado solo, pero en vista de que es un asunto realmente importante, me gustaría además, que estableciéramos una alianza de un modo más personal, con el fin de trabajar como uno solo dirigiendo nuestras tropas, y en el propio combate, pudiendo si así lo deseara continuar este último pacto después de dicha guerra.
-Dejé caer un poco más de líquido por mi garganta

No estaba seguro de por qué no podía tratarse este asunto de un modo alejado del conflicto, pero estaba seguro de que ella ya había barajado esa opción, ya tendría tiempo de preguntas específicas más adelante...

Le sonreí tras escuchar su propuesta. Era evidente que no quería arriesgarse. Despues de la guerra podia ocurrir cualquier cosa. Muy bien, la verdad es que era algo que ya había previsto, no todos los reyes iban a ser tan imprudentes, y no me importaba renunciar al reino Yasgeniod. De momento.

-Muy bien, no veo por que no. Propongo pues una alianza prospera para ambos reinos, apertura de fronteras, libre circulación de gente y comercio, apoyo en caso de guerra, respeto a las fronteras y apoyo mutuo. Además de vuestro apoyo en el asalto al cielo a cambio de lo que podaís saquear, claro está. -Le miré a los ojos, evaluando su reacción y observando su mente. -Puedo firmar con sangre si quereis.

Me quité otro pegote de mermelada y lamí mis dedos de nuevo.

-Ah, se me olvidaba. Quiero su otra oreja. -Dije señalando hacía la puerta con el pulgar.

El tono de la conversación se había vuelto firme y decisivo.
Llegados a este punto, negarme sería acordar una futura guerra contra los Yasgeniods y como rey no puedo permitir eso. Posibles consecuencias aparte, una alianza así no sucede todos los días, juntos podemos formar una fuerza sin rival que protegerá ambos reinos... No hay más que hablar

-En ese caso, sellemos el pacto, los Yasgeniods irán a la guerra.

Con una mano me aflojé la corbata, saqué una fina cadena que llevaba al cuello de la cual colgaba una llave pequeña, y con esta última abrí un cajón de la mesa.
Cogí un pergamino algo brillante y lo dejé en la mesa, aunque era bastante bonito, la parte central estaba en vacía, del lazo de color rojizo que servía para atarlo colgaba una aguja.

Puse mi mano encima del pergamino sin llegar a tocarlo.
-sedazofru -dije en tono calmado.
Del tatuaje brotaron unos finos hilos azules que se fueron posando en el brillante pergamino con ligereza, y plasmaron en el hueco todos los términos que antes habíamos acordado, con una caligrafía clara y concisa.
En la parte de abajo aún restaban dos huecos claros donde mostraríamos nuestra conformidad para sellar el acuerdo con una gota de sangre.
Tomé la aguja con cuidado y pinché mi dedo anular dejando caer en el hueco de la derecha una gota de sangre, que el papel absorbió rápidamente emitiendo un leve brillo.

Justo en ese momento, alguien llamó a la puerta.

-Adelante. -Un tembloroso Yasgeniod, cuyo rostro conocíamos bien, se acercó con una bandeja con tostadas y un par de tazas. -Cierra las puertas y acercate -Ordené con voz firme.

Cuando se hubo acercado lo suficiente y dejado lo que portaba sobre la mesa susurré:
-sleeping... Mientras pasaba mi mano de arriba hacia abajo cerca de su rostro.
Sin perder la posición cerró los ojos, me levanté y toqué levemente su oreja
-bram fang
Un hilo azulado recorrió mi mano y de repente la oreja del muchacho, ya no permanecía en contacto con su cabeza. No se derramó ni una gota de sangre, el muchacho seguía dormido.
Dejé caer la oreja sobre la mesa, y senté al chico en una butaca, su cabeza recordaba a la de un espantapájaros.

-Su turno señorita.

Observé atentamente todo el espectáculo, pues no era otra cosa. Como le gustaba a los magos eso de montar el numerito. Sonreí para mi misma, me caian bien, despues de todo, ¿que era la vida si no la mayor obra de teatro de todas? Fue entonces cuando llegó alquel condenadamente torpe e inferior Yasgeniod. Le cortó una oreja, había cumplido todas las codiciones, y por lo que parecía, el resto quedaban plasmadas en un contrato mágico. Seguramente si se me ocurria incumplirlo algo malo me ocurriese, si es que la muerte era algo malo.

-Muy bien, todo parece en orden. -Cogí la aguja que me había ofrecido pinché mi anular y dejé caer una gota de sangre en el pergamino. Como había hecho él, pero en el lugar que correspondía. Ahora no puedo mirar atrás. -Tenemos un pacto, rey mercenario. Firmado con nuestra sangre. Espero que sea una prospera y larga amistad la que nos una, si no, estamos jodidos. -Comenté con tono mordáz una vez firmado el acuerdo.

- Así sea - contesté.

El pergamino desapareció dejando tras de sí durante unos segundos unas leves virutas doradas.

- Hoy mismo haré pública esta decisión, y las rutas comerciales quedarán abiertas para los mestizos. Siéntanse libres de refugiarse y/o visitar nuestro reino.

- Tengo algún asunto pendiente - dije mirando a Van Gogh - Si lo desea, cuando abandone el reino puede tomar uno de los corceles de las cuadras reales, tómelo como un regalo y lleve también mi bendición. Ahora si me disculpa...

Me acerqué a Van Gogh, le toqué y susurré "teleport".
Ambos desaparecimos instantáneamente.