El largo camino en la odisea del mar

Aquel caballero de cabellos de oro se levantó de la arena y se quedó erguido enfrente mía. Me miró unos instantes, y yo le devolví la mirada, en conjunción a una expresión neutra tallada en mi rostro de marfil y alabastro. Aquel hombre era un poco más alto que yo, lo que, en otra ocasión -como por ejemplo, portando una armadura y una espada de luz pura enarbolada- pudiese haberme hecho sentir... no sé, ligera molestia.

Pero este no era el caso.

Aquel caballero era un ángel, y por muy extraño que parezca, al segundo de notar mi presencia y mi aura no había apuntado su espada a mi corazón, como yo esperaba. En parte se podría decir que me tranquilizaba aquel hecho, ver que no era necesario resolver todos los conflictos, si es que así podrían llamarse, mediante el frío acero y las ardientes llamas.

Fue... incluso más cordial de lo que esperaba para un ángel -era un ángel, dado que su aura me lo revelaba, y sin necesidad de ver sus alas emplumadas-. Aún así, aunque cordial, en su voz se notaba serenidad y, aunque poca, se notaba una pizca de firmeza, aunque no sabía si hablaba de esa manera siempre o solo imponía a su voz la firmeza para enmascarar... ¿La nerviosidad? ¿Por qué estaría nervioso? Si quisiese haberle hecho daño lo habría hecho cuando estaba con la guardia baja, y no me habría molestado en preguntarle nada de nada. Así que esa opción se quedó descartada.

Respondió a la pregunta, y una sonrisa quedó en su rostro esbozada, bastante picaresca si se me permite la aportación. Según sus indicaciones, nos hallábamos en una islita entre los continentes, pero más cercanos a Vaahl. Bien, pues hacia Vaahl tendría que partir.

Alcé la mirada al cielo observando los restos de la aurora, recordando que, no como en los planos demoníacos de los que venía, el sol salía y se ponía, y si mal no recordaba, salía por el este y se ponía por el oeste. Y Vaahl estaba...Bueno, en este momento no me acordaba. Mas hice bien en prestar atención a las palabras del ángel, pues dijo que este lado era el más cercano hacia el continente.

Y pronto... bueno, pronto noté como dejaba de... notar la presencia del ángel. Le veía, pues estaba frente a mi, y si lo desease podría asestarle un guantazo y se habría notado el contacto del frío metal contra su mejilla. Pero su aura... paulatinamente se fue desvaneciendo, y si le hubiese hallado de dicha manera ni podría haberlo diferenciado de un... licántropo, para dar un ejemplo. Bueno, quizá sí.

— Cierto es. Me hallo en esta isla por mala ventura, y, ¿quién sabe si volvería a pisar las tierras de Vaahl si no fuese por tu ayuda?— Meras cortesías, no era más que aquello. Era raro, la verdad, el hecho de emplear cortesías y lisonjas, cosa a la que no estaba acostumbrado. « Pero ya no estoy en los Reinos de la Noche » Me decía a mi mismo continuamente en mi mente. Y eso me obligaba a hacer algunos cambios.

Y en cuestión de lo que fueron unos de los segundos más lentos de los dos milenios de mi vida, salió de las aguas una criatura que podría decir que fuese una náyade o una nereida o una ninfa, quizá, por la belleza que encerraba su cuerpo, o quizá por el hecho de que surgió de las aguas del mar como ser mitológico. Quizá fuese por influencia de las dos, pero, incluso cuando ella no emergía de las aguas, cuando el aura del que en una vida anterior hubiese sido Narciso, sabía que alguien se acercaba. Otro ser angelical.

En mi rostro no se mostró ni descontento ni maldad alguna, pero tampoco amistad ni una sonrisilla, solo una expresión de fría cortesía.

Aquella doncella de las aguas salida se lanzó a los brazos del caballero, cuyo nombre era Lucius, según sus palabras. Se conocían de antes, quizá su relación fuese íntima por las acciones cometidas por la chica. Se quedaron los dos ángeles -o más bien, la doncella- en aquella posición, hasta que por fin se percató de mi demoníaca presencia.

Rompió el abrazo y dio dos o tres pasos hacia atrás, con tal mala fortuna que se cayó y... no sé si me observó a mi, al ángel, o a qué observó, pero se notaba la incomodidad, y puede que hasta una pizca de algo similar a la nerviosidad o el miedo, en sus acciones.

Dirigí mis ojos, los rubíes ensangrentados engarzados en mi calavera, hacia la doncella, mientras inclinaba suavemente a modo de saludo, y, por puras leyes corteses, le ofrecía la mano para que se levantase, aunque viendo su expresión dudaba de que aceptase.

— Perdóneme, señora mía, por causarle tal sobresalto— Nuevamente, cortesías casi impuestas, aunque necesarias—, os aseguro que no fue mi intención.

Aquella mujercita tomó mi mano y se levantó. No lo hizo al instante, sino que tuvo que pensar si realmente quería hacer esa acción, tomar la mano de un demonio, como si el mero roce con mi armadura o con mi carne le quemase la mano, como si le diese una descarga eléctrica y como si le congelase la sangre de sus venas. No me gustó ese hecho pero no podría reprochárselo.

De esto no se mostró nada en mi rostro, el cual, si no fuese por el hecho de que tenía que mover mis labios al hablar, podría tratarse de una máscara. Pude notar su nerviosismo, y vi como su mano temblaba al tomar la mía, aunque esto no sabía si era por las frías aguas o por el puro pavor que me tenía a mi, o a mi estirpe, o a mi esencia.

Nada más se levantó, soltó mi mano con prisa, y yo coloqué dicha mano donde estaba antes, a mi costado, acabando nuevamente con la mano izquierda sobre el pomo de mi espada y la derecha colgando a mi costado. Evitó encontrarse con mi mirada, aunque no fue problema, pues la retiré de ella, y miré al ángel mientras hablaba.

Dijo a su amada que tendría que agradecérmelo, a lo que negué con la cabeza.

— No es necesario— Respondí ante las palabras del ángel.— Cualquiera— «Por muy demonio o ángel que sea» completé en mi cabeza— lo habría hecho. Además, yo fui el causante de tal sobresalto.

No sonreí, pero una sonrisa cortés en este momento no habría estado de más. Bueno, la cuestión es que tras estas palabras compartidas el caballero angelical se presentó. Tratábase del Soberano de los Cielos y su prometida. Si no hubiese reaccionado de la manera tan... cortés y "caballerosa", incluso, quizá las consecuencias habrían sido más crudas.

Vi como me ofrecía la mano y la tomé, uniéndolas en un apretón de manos, no fuerte pero tampoco demasiado ligero, para que no resultase demasiado desagradable sentir tu mano rodeada por... tenazas de metal, podría decirse.

— Crescent der Schwarzblut, de los Reinos de la Noche.— Me presenté. No ostentaba a otro cargo que príncipe, aunque mi reinado quedaba por conquistar, por lo que no dije nada de "señor legítimo de tales reinos" ni símiles.