Aurora Ángel Caída
Cantidad de envíos : 2025 Edad : 30 Localización : muy bien, te lo dire: en el mismo sitio donde encontraran tu irreconocible cadaver si me buscas ^^ Fecha de inscripción : 15/02/2009 Reputación : 11 Monedas : 7412
Ficha de Personaje Breve descripción: Inventario:
| Tema: Bajo la punta de la Espada Mar Mayo 11, 2010 4:17 pm | |
| Aparecí bajo la escarpada aguja volcánica y oculté mi aura de nuevo. Mis ojos recorrieron la base de la peculiar formación rocosa hasta encontrar lo que buscaban: un pequeño destello en un agujero. Un niño habría cabido por allí sin problemas, pero como yo ya estaba más que mayorcita, tuve que contraer las alas todo lo que pude y reptar por el suelo. De repente noté un dolor agudo en el muslo, me estaba clavando algo. Miré y tenía un cristal traslúcido parecido al cuarzo del tamaño de mi dedo meñique clavado en el cuádriceps. -Maldita sea... Envié una parte de mi aura la la zona dañada, que expulsó el cristal y se regeneró rápidamente, y volví a ocultarla. Avancé reptando hasta llegar a una zona donde podía andar de pie y me incorporé con un suspiro de alivio. Miré a mi alrededor y no pude contener un grito ahogado. La cueva no era muy grande, pero estaba llena de formaciones cristalinas de todos los colores y tamaños. Algunos eran tan finos que parecían estar a punto de troncharse, y otros no eran más que simples láminas que no veías hasta tenerlas encima. Más de una vez estuve a punto de quedarme sin cabeza por culpa de una. Si de verdad lo que buscaba estaba allí, habían escogido un sitio fantástico. Avancé con cuidado por la cueva, pero eso no evitó que a los cinco minutos estuviera regenerando varios cortes. Mi paciencia no era infinita, así que saqué la espada, elevé mi aura lo justo y descargué el corta-vientos a mi alrededor. Los cristales más finos, que eran los más peligrosos, se hicieron añicos en pocos segundos. Cada pocos pasos me paraba y repetía la operación. No me lamenté de las pequeñas maravillas que destruía, pues sabía que en unos cuantos millones de años volverían a formarse con alguna otra forma. No era más que un cambio más, un cambio que a escala humana parecía una destrucción, pero un cambio al fin y al cabo, y eso estaba en mi esencia. Conseguí llegar al final del túnel más o menos ilesa y entré en una estancia más luminosa incluso que el exterior. La luz se reflejaba y refractaba en los cristales de un modo caprichoso, amplificándose hasta tal punto que tuve que cubrirme los ojos con una mano. El único punto donde no había cristales era la pared que había justo al lado de la entrada, una zona basáltica de un intenso color negro. Uno de los rayos refractados mil veces en aquella extraña habitación caía sobre la piedra formando una línea grisácea. -Menudo sitio más curioso... Como no esté aquí la piedra de las narices, me voy a cagar en cierto muerto...- murmuré para mí misma. Recorrí con la mirada toda la sala, no había ninguna X. Me aparté de la entrada y volví a echar una mirada circular desde el centro de la habitación. Cuál sería mi sorpresa al ver que había aparecido otra línea de luz reflejada sobre la pared de basalto que se cruzaba con la que había visto antes-. Una X marca el tesoro- sonreí, acercándome al sitio. Alcé el puño y concentré en él parte de mi aura, golpeando la intersección de los dos rayos con la fuerza de una princesa en su mejor día. Se resquebrajó ligeramente, así que volví a golpearla con algo más de fuerza. Se resistía a romperse del todo y no pensaba utilizar toda mi fuerza a ver si me iba a cargar la piedra de las narices, así que seguí pegándole puñetazos a la pared hasta que me empezó a sangrar el puño. Cambié de mano y seguí así media hora hasta tener ambos puños destrozados y la pared de basalto convertida en astillas. Detrás de ella había una pequeña cámara en forma de hornacina donde reposaba un objeto. Lo saqué con cuidado, por si estaba conectado a algún mecanismo, pero no pasó nada. Era un colgante ovalado algo más grande que mi dedo pulgar con una piedra verdosa engarzada en oro. Le di vueltas hasta que descubrí una bisagra y dos solapas minúsculas, tiré de ellas y el colgante se abrió como si fuera un dije. Mi sonrisa se ensanchó al ver que dentro había dos piedras que emanaban una suave y agradable luz gris. Aquello era lo que estaba buscando. Cerré el colgante y rodeé mi cuello con la cadena de oro, dejando que la piedra reposara contra mi pecho. Ya tenía dos, pero no se me ocurría dónde podía estar la tercera... De repente, una bombilla se encendió en mi cerebro. Cuando había entrado, solo veía una línea sobre la pared, un solo rayo. Sin embargo, al apartarme de la puerta había aparecido otro. Aquello quería decir que había dos focos de luz: uno era el exterior y el otro tenía que estar dentro, y no podía ser otra cosa que la tercera piedra. Me coloqué en la entrada de la habitación y cubrí con mis enormes alas toda la abertura. Efectivamente, solo había un rayo de luz sobre la semiderruida pared de basalto. Lo seguí con la mirada hasta descubrir su origen: un cristal más pequeño que el resto que estaba semiescondido tras uno muy grande, ambos incrustados en el basalto negro. Lo arranqué haciendo palanca con mi espada y lo guardé en el interior del colgante, pero justo después de quitarlo la cueva empezó a temblar y las paredes se resquebrajaron. "Mejor salgo de aquí" pensé, desapareciendo rápidamente. | |
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