Paseando.

Era ya bien entrada la noche, el viento azotaba en los bajos de mi pantalón, traía consigo una melodiosa sinfonía del golpeteo de lo que parecía una fragua aun trabajando.

Quizá debería llevar mi guantelete a que lo lubriquen...

Continué mi caminata por el vasto yermo gélido, cuando recaí en un agujero en el hielo,
parecía la abertura que hacen los humanos de los pueblos pescadores para sacar sus víveres.

Este será un buen sitio para refrescar las ideas.

Acto seguido introduje la cabeza por el orificio y una sensacion de agujas se clavo en mi cabeza, para un simple mortal, permanecer un escaso minuto bajo esa masa de agua helada, les haría entrar en un grave estado de hipotermia, pero para mi, me sumia en un estado de tranquilidad que conseguía aliviar la voz del odio de mi interior... y así estube durante un largo rato.

Cansada de la espesura de los bosques, decidí cambiar de aires e introducirme en los desiertos gélidos del norte. Era una noche tranquila, en la cual sólo algunas ráfagas de viento ocasionales rompían el fúnebre silencio nocturno.

Sin embargo, mi tranquilidad se disipó súbitamente cuando sentí un aura no muy lejos de mi posición. Mi mano derecha se colocó ágilmente sobre la empuñadura de mi espada de plata, y todos mis sentidos se desarrollaron. A lo lejos, pude distinguir dos grandes alas blancas. Parecía ser un ángel, arrodillado y con la cabeza sumergida en una brecha en el hielo.

Mi corazón dio un vuelco. ¿Un ángel? Ángeles… seres repulsivos y puros, mis antepasados y mis más grandes enemigos. Verdugos de mi familia, ningún ángel merecía mi respeto. No hasta que se me demostrara lo contrario.

Me precipité frenética y coléricamente hacia la posición de aquél ángel, hasta colocarme a su lado. Desechando la idea de atacarle por la espalda o sin estar prevenido (pues lo consideraba un acto propio de necios y cobardes) desenvainé mi espada y la coloqué junto a su cuello.

- Buenas noches, caballero. – pronuncié con una voz corrompida por la ira.

...

No sabia que pensar, un aura que antes podría haber sido amigable apareció a mi lado, noté como la punta de su espada rozaba mi cuello, saque la cabeza del agua lentamente, disfrutando de cada gota que caia desde mi nariz.
Al salir escuche una voz henchida en odio.

¿Así suena tambien mi voz?

- ¿Buenas noches dices? No serán tan buenas cuando me pones la punta de tu espada en la garganta...

Había sido una larga tarde de entrenamiento y estaba totalmente preparado para cualquier ataque, pero sinceramente no me apetecia luchar ante un ser al del que no había tenido conocimiento hasta hoy.

Con el ceño fruncido, clavé mis cenicientos ojos en los suyos mientras se incorporaba lentamente, se podría decir que intentaba atravesarle. Mi espada se mantenía firme, con la punta ligeramente hundida en su piel.

- Tienes razón. Era una buena noche. Hasta que apareciste en mi camino. – escupía las palabras sin miramiento alguno.

Perdoneme usted mi bella deidad, pero el que estaba con la cabeza bajo el agua y muy relajado era yo, asi que ¿Quién apareció en el camino de quién?

Su impertinencia y sus aires de superioridad estaban comenzando a ser demasiado despectivos...

Respiré hondo alzando la cabeza. No tengo tiempo para discusiones infantiles, ángel.

- Tu raza no es algo a lo que tenga precisamente aprecio. He conocido a demonios más benévolos y menos traicioneros que vosotros. Dime, ángel – dije presionando ligeramente mi espada contra su yugular - ¿Estás orgulloso de ser lo que eres? ¿De tu raza?

Demuéstramelo. Demuestrame que no eres como ellos, y te perdonaré la vida.

- Estoy orgulloso de ser quien soy, de ser un vengador...

Dije mientras desenvainaba mi espada, me aparté de su filo en una finta hacia atras, e interpuse el mio quedando las dos espadas cruzadas.

- Parece que tanto tú como yo hemos perdido a nuestra familia por culpa de una raza...

A ver que sabes hacer

En sus palabras podría apreciarse un ápice de amabilidad, e incluso quizá de empatía, pero su mirada impasible y sus gestos sugerían a gritos todo lo contrario. Su mirada firme, fría, clavada en la mía, su espada desenvainada y sus músculos en tensión.

Ya he pasado por esto antes. Puro teatro, mera charlatanería.

Su espectáculo era bueno, pero no lo suficiente como para atraparme en sus redes.

- Todo eso está muy bien, pero no anula el hecho de que seas una raza infamante a mis ojos. – respondí, manteniendo mi arma firme y en alto frente a la suya.

Ya has tenido tiempo suficiente para prevenirte.

Lentamente y sin apartar mi mirada de la suya, comencé a pasear de un lado a otro, dibujando una dulce sonrisa en mis carnosos labios. Detuve mis pasos, y aprovechando mi enorme agilidad, realicé un vertiginoso e imprevisible movimiento. Me deslicé hasta su lado, arrebatándole la espada de un golpe seco y cruzándole el torso desnudo con una fulminante cuchillada.

Retrocedí sobre mis pasos rápidamente, predisponiéndome para un más que probable contraataque.

Mi pecho goteaba sangre, no es la primera vez, ni será la ultima

¿Quieres luchar? Está bien, pero mientras cruzamos golpes y tajos, ¿por qué no me cuentas tu historia? Si gano, te invitaré a una copiosa y apetitosa cena, si ganas tú, yo mismo te dare una daga para que me atravieses...

Recogí mi espada y coloqué mis piernas en una guardia abierta en consideración a la posición de las suyas.

Bailemos

Todavía con la espada en alto, escuché su discurso. O con otras palabras, su oferta. Por supuesto, descarté toda probabilidad de que aquél ángel fuera idiota. Podía ver perfectamente que mi aura era de menor poder, su rango era el de maestro, y el mío común. Mi extenso letargo había hecho que perdiera algo de práctica, y sin duda, poder. Así que, en aquél momento, me encontraba en inferioridad de condiciones. Hizo aquélla propuesta sabiendo que yo tenía todas las de perder en caso de combate.

- He visto mejores invitaciones para una cita. – parecía ser lo que quería. Era visible que ganaría él, y con ello, la cena. – Pero no gano nada con ello. Ni tampoco contándote mi historia, cosa que no tengo en mente hacer.

Mantuve mi posición. Quizá no hubiera sido buena idea tentarle a la lucha. Pero me gustaba el riesgo. Y a quién no.

Me intrigas la verdad, hacía mucho tiempo que nadie lo conseguía, ¿ A caso cargo yo, Eirien, con la carga de los antepasados de los que hablas?

Seguía en guardia, pero si aun mi rival no había actuado contra mi otra vez, no creo que lo volviera a intentar...

Para mi sorpresa o mi decepción, el ángel no hizo ademán de atacar. Aun así, recoloqué mis brazos, y proseguí sosteniendo el arma en alto. Nada en él me había demostrado que debiera confiar.

- ¿Se supone que he de tomarme eso como un cumplido? – pregunté sin mucho interés. La verdad es que no lo consideraba como tal.

Clavé mis ojos en los suyos, de color sangriento. Era cierto, desconocía su vida, su pasado. Pero su raza, mía pasada, jamás había mostrado compasión para conmigo. Igual sería el trato por mi parte.

- Lo desconozco. Pero los prejuicios son algo difícil de evitar. Y los actos del pasado son algo inalterable. Dudo que tú seas diferente.

Al escuchar sus palabras, cerré los puños con fuerza alrededor de la empuñadura. Presioné una mandíbula con la otra, hasta que me dolió. No había falta de razón en lo que acababa de decir, pero si había renegado de mi raza, era por una razón, y eso él lo sabía. Evidentemente, no había sido por una razón gratificante, y no había hecho más que abrir viejas heridas.

- Te enseñaré a tener algo más de empatía...

Mis manos temblaron de ira entorno a mi espada.

Mi vida no es algo que aprecie tanto como para lamentar su pérdida.

Corrí precipitadamente hacia él, espada en mano. Sangre. La suya. Era lo único que quería.

No quería hacerla daño, solo bloqueaba sus ataques, una y otra vez, era ridiculo, tenia estos movimientos tan aprendidos como el respirar...

Dame explicaciones, explicame porque odias y podremos compartir un odio juntos...

Lancé un fuerte golpe contra su espada, con todas mis fuerzas. El sonido restalló por toda la explanada.

- ¿Quién ha dicho que yo quiera compartir nada contigo? – dije con desprecio en mi voz.

Ya lo había hecho antes. Compartirlo todo con alguien. Y ya sabía lo que era perder a ese alguien, y con él, lo demás. Me lo habían arrebatado todo, una vez. No más.
Al ver que contenía y detenía mis golpes, y que no obtenía nada con ello, cesé antes de destrozar mi espada con la ira.

Aún sentía mis palmas arder de odio, me escocían los ojos, hundidos en los suyos, y mantenía los labios prietos. Espada en alto, en guardia. Expectante.

Tu voz, tus ojos, tu propio aura pide a gritos que necesitas compartir tu carga...

Baje la guardia, y enfunde mi espada.

Quizá tuviera razón. Deberías controlarte… Respiré profundo, alzando el mentón ligeramente hacia arriba, todavía manteniendo mi mirada fija en la suya. Observé con detenimiento cómo envainaba su espada, pero no por ello envainé la mía.

- Aunque ese fuera el caso, no veo por qué tendrías que ser tú la persona adecuada para con quién hacerlo. – dije con un tono de voz mucho más relajado, pero aún atenta. – No me has dado ninguna razón para confiar en ti. Mucho menos, para confirmar que eres diferente al resto de los de tu estirpe.

Su frase, entre lastimera e irritante, me hizo alzar una ceja inconscientemente. A decir verdad, como ángel que era, se le veía más dado a la paz que a la guerra. Parpadeé lentamente, cambiando el peso de pierna y suspirando con paciencia. Guardé silencio, dándole la oportunidad que tanto quería. Algo me decía que allí no volverían a encontrarse el filo de su espada y el mío. Y no era aquello lo que había ido a buscar.

guarda la espada, no me siento tranquilo viendo el filo desembainado ¿Quieres algo de comer?

me acerce a mis cosas y saque algo de bebida, extendí mi brazo hacia ella ofrenciendosela.
Corria algo de viento, pero por muy frio que fuera, no me molestaria.

Al oír sus palabras, una irónica sonrisa torcida se dibujó en mis labios. Aquello, más que una sugerencia, parecía una orden.

- Me siento más cómoda viendo cómo se desliza el reflejo de la luna por su filo. – respondí sutilmente.

Si había algo que no se me pasaba por la cabeza en aquellos momentos, era envainar mi arma. A solas, ante un ángel, y más poderoso que yo. Definitivamente, si había algo que no iba a hacer, era aquello.
Al observar que se movía y que rebuscaba algo entre lo que parecían ser sus pertenencias, mis músculos se tensaron ligeramente, para más tarde volverse a relajar al ver que era una supuesta bebida.
Conduje mi mirada hasta la bebida, y después de nuevo a sus ojos de carmesí, como negativa ante aquella oferta.

- Vas a tener que esforzarte más si quieres demostrar que mereces mi confianza, Eirien. – sugerí, balanceando mi espada.

Empezaba a cansarme de estar de pie, inmóvil, sin hacer nada salvo estar en guardia. Eché una ojeada rápida a mi entorno, hasta localizar un pedrusco no demasiado grande, a un par de metros hacia mi derecha. Me aproximé, atenta a Eirien, prevenida por si pretendía hacer algún movimiento extraño creyendo que había bajado la guardia, y cuando la alcancé, me senté sobre aquella piedra.
Empezaba a soplar el viento con algo más de fuerza, así que recogí levemente mis alas, a modo de barrera contra el viento, y me arropé de alguna forma con ellas.

- He de admitir que me intriga el porqué de tu firme interés por ganarte mi confianza. – y era cierto, aunque todavía era algo que no sabía si me gustaba o me disgustaba. En cualquier caso, su paciencia estaba en juego. Mi confianza era algo que no muchos se ganaban, y antes de que pudiera ganársela, estaba segura de que se rendiría más de una vez.

Vi como se sentaba en una piedra, parecia tener frío, quería saber aunque fuera su nombre...

Soy Eirien, siento que te hayas sentido obligada a poner tu espada en mi cuello, eso muestra que no has debido pasarlo bien con alguien parecido a mi...

el viento hacia cimbrear las plumas de sus alas, era como una danza, a un ritmo acompasado, su cabello ondeaba libre, era como una cascada de color oscuro... era realmente bella, aun seguia su espada desenvainada, pero ya no tenia aspecto de atacarme.
la verdad es que ha tenido que ser algo muy duro...

Y, dime ¿Qué hacias por estas tierras?

Le escuché con atención, estática sobre aquella piedra. Sus palabras emitían cierto tono de compasión por mí, o al menos, eso parecía. Por alguna razón, todo el que me conocía parecía sentir compasión por mí y por mi pasado. Pero provocar ese sentimiento de lástima en las personas era algo que odiaba con toda mi alma.

- No te compadezcas de mí. – dije, con el rostro impasible. A pesar de su intento de compasión, todavía desconfiaba de él. Era un ángel, y nadie sabía si detrás de toda aquella locuacidad habría ocultas segundas intenciones. A pesar de todo, decidí responderle.

- No, lo cierto es que tu raza no me ha traído nada bueno en la vida. – respondí sinceramente. – Venía buscando un clima, un paisaje diferente. – me detuve por un instante. Por un momento dudé sobre si decir mi nombre o no. - Me llamo Edrielle.

Opté finalmente por decirlo. Más como estrategia que como cortesía. Si por algo destacaba, era por mi capacidad de observación, y ningún gesto articulado en su rostro se me pasaría por alto. Serían sus gestos, no él, quienes me indicarían si conocía mi nombre. Mi historia, mi pasado. Mi historial como asesina en el Reino de los Cielos. Y si, de esta forma, tenía intenciones vengativas contra mí.

Edrielle Su nombre aun resonaba en mi cabeza, era silbante y cantarin, como la sonata de un arroyo...

Me gusta, encantado de conocerte Edrielle Sonreí.

Apuré lo que quedaba de mi bebida, y volví a ofrecerle otra
parecia que habia sido pegada a esa piedra, no se movía, era como un totem de una divinidad griega, pero con las ropas al viento... Destilaba belleza...