Paseando.

A decir verdad, su reacción no era lo que me había esperado. Su rostro no mostró signo alguno de haber oído mi nombre con anterioridad. Fruncí el ceño, con una mezcla de desconcierto y reflexión. Le observé detenidamente, frunciendo todavía el ceño, con los ojos ligeramente entrecerrados. El viento le revolvía el cabello del color de la plata fundida, y la luna hacía brillar sus ojos del color de la sangre. No era un aspecto común para un ángel normal.

- Supongo que lo normal, o al menos, lo más educado, sería decir “igualmente”, pero todavía sigo pensando que puedes traer más cosas malas que buenas a mi vida. – era la verdad. Los prejuicios que tenía sobre los ángeles tardarían años, eones, en disiparse. Si es que llegaban a disiparse algún día. No me gustaba tratar injustamente a las personas, pero a lo largo de los años, me habían tratado de una forma demasiado injusta como para ser gentil con nadie.

- ¿Y tú, qué se supone que haces aquí? No es muy inteligente por tu parte hundir la cabeza en el agua sin saber si hay enemigos cerca.

Si tengo algún enemigo, es porque no me conoce, si me conociera, no seria capaz de cruzar los filos conmigo

Esa frase, la dijo años atras mi padre, unos dias antes de que le cruzaran la garganta con un cuchillo, seguro que no lo conocía...

Recordar esa frase me cayó con aplomo, eran recuerdos duros, pero no queria estropear mi momento con Edrielle...

Llevo todo el día entrenando, y necesitaba despejar la mente, y ¿Qué mejor que agua helada? Reí sonoramente mientras me dejaba caer cerca de la piedra, mirando las estrellas...

Su frase sonó pretenciosa.

- Bueno, si mal no recuerdo, creo que es lo que acabo de hacer contigo, y ahora mismo, cuento más como enemiga que como cualquier otra cosa. Y he sido capaz de cruzar armas contigo. – respondí. Quizá al decir aquello, explicará el porqué de su pasividad en el combate. – La próxima vez, deberías ser más prudente. O más rápido.

Le observé mientras se acercaba hacia la piedra, para después dejarse caer cerca. Me pregunté a mí misma como acabaría todo aquello. No era capaz de mantener mis músculos sin tensionar cada vez que se aproximaba a mí. Por un momento, imaginé. La idea de que mi recuerdo acabara cayendo en su olvido con el paso del tiempo parecía ser la más factible.

Las has cruzado porque no me conoces, si me conocieras no me querrías hacer daño, eso es lo que quería decir

Miraba las estrellas y la luna, esa noche estaban especialmente luminosas, sobre nosotros quedaba el cinturón de Orión, era una noche realmente fantástica

Me llamó la atención su respuesta. Definitivamente, no parecía alguien muy dado a las armas y a la lucha, sino más bien a mantener la paz. Me encontré a mí misma sorprendida por ese hecho. Después de haber conocido a tantos ángeles pérfidos y traidores a sus ideales, ahora se me hacía extraña la idea de encontrar a uno que en realidad fuera mínimamente benévolo. Le miré fijamente un momento, tratando de adivinar si era esa la razón de por qué había dicho aquello.

- ¿Y eso por qué? Pareces estar demasiado seguro de ello. Quizás no deberías. – respondí, acercando mi espada a mi regazo, y acariciando el filo de ésta con suavidad. Por un momento, acudió a mi cabeza la idea de que Eirien tomara aquél gesto como una amenaza. Pero a decir verdad, no era mi intención (al menos, en aquél momento).

Acaso ¿tu matarías a un ciervo, porque uno de ellos te asusto en el bosque?
Pasaba la mano por el filo de su espada, escuchaba el roce de sus dedos por el metal, ¿plata verdad? La luna sacaba destellos del arma...

- No, ciertamente si uno me hubiera asustado, no. – hice una pausa, para bajar mis ojos del color de la plata hasta mi espada, del mismo color. - Pero si un "ciervo", siguiendo tu ejemplo, intentara matarme a mí siendo yo una recién nacida, y otros muchos se llevaran a quienes más quiero y tratasen de matarme a mí el resto de mi vida… Bueno, no lo mataría. Exterminaría su especie.

Y no había falta de sinceridad en mi voz. De ahí el hecho de haberle dado las buenas noches con el filo de mi espada en su garganta.

Al escuchar sus palabras, mi mente dejó volar su imaginación y visualicé la escena... su voz trasmitía una fuerza increible...

¿Eso fue lo que te pasó? ¿un angel mató a tus seres queridos?

Sabía que mis palabras iban a sonar muy duras, pero quería saber cual era su pasado...

En cuanto realizó la pregunta, los fantasmas de mis recuerdos comenzaron a aparecer en mi memoria como estridentes relámpagos. Podía oír sus voces, el sonido del metal en la lejanía, podía sentir el viento sacudir mi rostro con violencia mientras huía con todas mis fuerzas… Constantemente me decía que eran heridas que ya habían cicatrizado, pero la realidad era que no estaba segura de ello.

Alcé mi mirada y le miré fijamente. En cualquier caso, ¿qué le importaba aquello? Lo único que conseguía sacando a la luz aquél tema era reabrir viejas heridas, y sacar una parte de mí que, a ser posible, prefería tener oculta. No consideré su comentario oportuno.
Me levanté de la roca, y estando aún sobre ella, envainé mi espada, para después alzar ligeramente el vuelo hasta posarme en suelo llano.

- No creo que eso sea de tu incumbencia, ángel. – respondí en un murmullo apagado.

vi como sus ojos se movían rapidos, estaba nerviosa, o por lo menos era lo que aparentaba,
era una pregunta demasiado comprometida

Lo siento, no pretendía ofenderte
Me acerque a ella, sin hacer ningun movimiento brusco para que no se sintiera obligada a ponerme su espada otra vez en el cuello, puse una mano en su hombro y le dije desde el fondo del corazón:

A veces es más sencillo contarle un problema a alguien que no conoces

Me sobresalté ligeramente al sentir su mano sobre mi hombro. Aún portaba un guantelete, por lo que la piel se me erizó al sentir el gélido tacto del hierro contra mi piel. Realmente parecía sincero, pero mi mente bloqueaba cualquier tentativa de fiarme de él. Alcé mi mano, y con sutileza pero con rapidez a un mismo tiempo, retiré su mano de mi hombro. Caminé hacia delante, con la intención de echar a volar en cualquier momento.

Fruncí el ceño y presioné mi mandíbula. Mi mente estaba colmada de pensamientos ambivalentes, contrapuestos, casi bipolares. Ni si quiera era capaz de pensar con claridad. Cesé mis pasos, y giré sobre mis talones, a una distancia prudente de él.
Le miré, mientras él aun se mantenía en su posición, observándome. Sus cabellos se revolvían con cada ráfaga de viento glaciar, y sus ojos refulgían como colmados de sangre con la luz de la luna. No podía decir que no fuera hermoso, pero el odio y el rencor queman más que ningún fuego. Quizá algún día pudiera concederle una oportunidad. Sólo quizá. Pero en cualquier caso, de ser así, no sería aquella noche. No tan pronto. No tan sencillo.
Con nuestras miradas colisionando, escuché sus palabras. Medité un momento. Aquél ángel, Eirien, no parecía rendirse nunca. Algún día lo haría, incuestionablemente.

- He sobrevivido sin la necesidad de compartir ni mis penas ni mis alegrías con nadie más tiempo del que puedas imaginar. Contarte a ti mi vida no me salvará de nada. – respondí, una vez más.

Inquebrantable, infranqueable, inaccesible, imposible. Yo era eso, y mucho más, y Eirien no tardaría en darse cuenta de ello y rendirse por el camino antes de poder sacar nada de mí.

te salvará de un interno y continuo dolor al no poder expresar lo que sientes, esa presion te acabará ahogando como si de un gran puño se tratara...

La observaba, el dolor era evidente en sus ojos, al mismo tiempo la desconfianza refulgia en sus pupilas.

Puedes confiar en mi o ignorarme el resto de tu vida, pero no encontraras la solución a lo que sientes, creeme cuando te digo que se lo que es.

Aun se escuchaba el viento a traves de nosotros dos, silbaba una fresca melodía que agradaba mis oidos.

Cambié mi peso de pierna, con la mirada fija en él. Palabras vacías. Era todo cuanto llegaba a mis oídos. No necesitaba que nadie me comprendiera, no necesitaba solución a nada.

- No creas saber más de lo que sabes. No me conoces. – respondí con brusquedad. Si odiaba algo, era que dieran por hecho cosas sin conocerlas. – Llevo siendo como soy prácticamente desde que tengo uso de razón. Y no vas a cambiarme ahora.

Giré sobre mis talones y comencé a caminar, batiendo las alas para echar a volar de un momento a otro. Me detuve un momento, y giré levemente mi rostro hacia la izquierda, pudiendo divisarle por el rabillo del ojo.

- No necesito ninguna solución, a nada. – respondí. – No sabes nada, ángel.

Mis alas se batieron con fuerza, levantándome del suelo, y emprendiendo la marcha a un destino todavía desconocido. Aquella noche, no tenía nada más que decir, ni nada más por escuchar. Era probable que volviéramos a encontrarnos. O no.