La búsqueda de la pureza

Me encontraba flotando en mi forma espiritual a lo largo de Lineris. Había logrado un poco de tiempo libre para despejarme y me dispuse a viajar a algún lugar exótico, donde poder estar en armonía con la naturaleza. Decidí entonces ir a las cascadas del Edén, paisaje realmente bello y lleno de vida.

Encontré un pequeño valle rodeado de maleza por el que discurría un riachuelo de agua limpia y cristalina. Tomé tierra y volví a mi forma carnal, a la vez que me sentaba en una roca plana y suave para ello. Me quedé escuchando con los ojos cerrados durante un largo rato el cantar de las aves. Modifiqué mi aura para que aparentara ser la de un pequeño e insignificante animal, habilidad que había desarrollado en mi juventud y había pulido con el tiempo. Entonces pude sentir con mayor profundidad la pureza del ambiente que me rodeaba. A la sombra de un gran árbol observaba detenidamente la tierra fresca del vado del río, los pequeños arbustos que crecían a su alrededor y alguna que otra ardilla saltarina que se balanceaba de rama en rama.

Hacía mucho tiempo que no venía a este lugar. Antes de que mi maestro me llevara al Imperio Áster solía venir a estas cascadas a meditar. Y, como antaño, ahora me encontraba al pie de las mismas en mi forma intangible, sentada con las piernas cruzadas, dejando que el agua me atravesara y de vez en cuando tangibilizarme o quedarme a medias para sentirla. A parte de relajar mi espíritu, esta práctica también me servía como entrenamiento de mi resistencia y agudeza de mis sentidos.

Brillaba incandescentemente en mi forma espiritual bajo la incesante caída del agua. No se apreciaban ropajes en mi aspecto intangible, aunque mi figura se difuminase ligeramente, pero sí se apreciaba mi cabello permanecer levitante a pesar del agua que le atravesaba sin causar efecto alguno en él, y la forma de mi rostro angelical. El aspecto de mi alma era ligeramente diferente al de mi recipiente, pero aun así los rostros presentaban una gran similitud.

Mi aura no estaba más expandida que lo necesario para cambiar de tangibilidad, sin embargo, no apreciaba ningún ser más allá de los animalillos que por la zona podían habitar.

Estaba ensimismado en mis pensamientos cuando sentí una tenue pero impactante aura. No podía distinguirla demasiado bien, pues estaba algo lejana, pero sin duda alguna se trataba de un áster. Por un lado no quería que nadie perturbara mi calma, pero por otro hablar con alguno de mis súbditos me proporcionaba un gran placer. Me sentía como un gran padre de todos ellos, y su protección era mi principal preocupación.

Percibí algo más, se trataba de una mujer y al parecer se encontraba meditando. Quizá por eso decidí no molestarla con mi presencia, por lo que simplemente amplié notablemente mi aura, lo suficiente como para ser detectado. Mientras tanto comencé a dar un paseo por el bosque. Algunos animalillos pequeños se acercaron a mí curiosos, pues lo único que emanaba era bondad y amor por la vida y la naturaleza.

Abrí los ojos de par en par en mi forma intangible, mis pupilas brillaban con una intensidad mucho mayor al resto de mi cuerpo. Había percibido la presencia de alguien más por los alrededores y rápidamente me había puesto alerta, volviendo mi cuerpo tangible de nuevo y recuperando la pequeña apariencia de mi recipiente.

Se trataba de otro áster, pero fuera quien fuese, no me apetecía que me descubriera en aquella actitud. Y me sumergí completamente en el agua para regresar a la orilla buceando.

Sumergida en el agua, no se apreciaba demasiado, pero al salir de ella escalando ligeramente hacia la roca donde se encontraba mi ropa, sí que se pudo apreciar mi silueta descubierta.

Me sequé rápidamente y me vestí. Era una camisa de manga corta blanca que me quedaba algo ancha, debido a mi pequeña envergadura, sobre una falda entablillada por encima de las rodillas. Los zapatos, los recogí con cuidado y los llevé en la mano, mientras me alejaba de la cascada, dejándola a mi espalda y me adentraba en el bosque dejándome guiar por mis sentidos hacia la posición de dicho áster.

Me detuve paralizada al descubrir de quien se trataba, oculta todavía por algunos arbustos. Era la segunda vez que lo descubría mirándome... Aunque no estaba del todo segura de si esta vez lo habría estado haciendo, pero eso no quitaba mi sorpresa al descubrirle.

Suprimí entonces mi aura y me acerqué hacia él, tranquila y con los zapatos aun colgando de mi mano. Mis cabellos estaban mojados, aunque la brisa hiciera esfuerzos por agitarlos.

- Buenas tardes...

No me salió el "majestad" ni el trato más respetuoso y distante que solía dispensarle. Su aura no se correspondía con la que habitualmente irradiaba y eso me desconcertaba. Quizá habría sido demasiado atrevida al acercarme, de haberlo sabido quizá hubiera sido más prudente. Era el emperador... ¿Debía tratarle igual fuera del palacio y de las situaciones no oficiales?

Mientras caminaba sentía la pequeña brisa meciéndome ligeramente la cabellera. Un pajarito se posó en mi hombro un comenzó a piar. Fue entonces cuando descubrí que el aura de la mujer áster era de Akari, la recién nombrada arconte del imperio. Y dicha áster se acercaba cautelosamente hacia mí, como si temiera algo.

Una vez se plantó a mi lado me saludó tímidamente, como si estuviera indecisa o nerviosa por la situación. Quizá le resultaba extraño encontrar al emperador en aquellas circunstancias. Además, su pelo estaba muy mojado, por lo que deduje que acababa de tomarse un baño en aquellas cristalinas aguas. Con voz solemne y delicada, le correspondí al saludo cordialmente.

- Buenas tardes, Akari. - dije esbozando una amplia sonrisa y clavando mis inquietantes ojos azul eléctrico en los ámbar de la pequeña muchacha - Por lo que veo estás disfrutando de un hermoso día en este precioso lugar. ¿Acaso te perturbé con mi presencia? Si es así lo lamento, no era mi intención en absoluto.

Al pronunciar estas palabras hacía gestos muy vistosos con las manos, de un modo muy cortés y educado.

Quizá la sola idea de pensar que me hubiera descubierto en el agua como estaba, me avergonzara y me ponía algo nerviosa, y de eso él parecía haberse dado cuenta, aunque no supiera la causa.

Se mostró bastante cercano hacia mí, pero en aquél momento yo no podía dejar de pensar en aquella hipotética situación. "¿Perturbarme? Lo cierto es que sí..." Pero no podía responderle aquello que pensaba. Tragué saliva y procuré mantenerme serena.

- Lo cierto es que antes solía venir mucho por aquí. Es uno de los mejores lugares para meditar, mejorar la resistencia y el control de la telequinesis -Dije, evitando responder a lo anterior, que me seguía avergonzando, y mucho más tratándose del emperador-. Luchar contra la fuerza del agua es un gran entrenamiento. Me lo enseñó mi maestro...

Le observé con mis grandes ojos ambarinos, esperando no tener que darle tampoco mi opinión sobre la belleza del lugar. No me gustaba expresar mis sentimientos a nadie, y opinar sobre la belleza de algo, para mí, era mostrar precisamente eso.

Escuché atentamente lo que había dicho sin apartar la mirada de la suya. Resultaba imprescindible para un emperador el conocer a su pueblo lo máximo posible, así como a su corte. Acababa de ser nombrada arconte, pero necesitaba ganarme su confianza para formar un buen gobierno. Cada cosa llegaría a su tiempo, y la paciencia era una de mis virtudes.

Al parecer, aún parecía algo alterada. Aquello me impresionó. En los primeros acercamientos que tuve con Akari parecía una áster seria y serena, lo que chocaba con aquella nueva fachada. Pese a ello, procuré no darle importancia. En vez de ello, respondí a las palabras que pronunció.

-Un gran sabio, sin duda, tu maestro. - contesté meneando la cabeza con seguridad y cruzándome de brazos. El pájaro aún seguía posado en mi hombro, como si se interesara por lo que estaba sucediendo - Este es un lugar perfecto para el entrenamiento, lo cierto es que yo también pasé aquí una temporada cuando recibí mi instrucción, hace ya varios siglos. Y eso me recuerda...¿conoces la historia de este lugar, Akari? - pregunté con la mirada al cielo azul y hermoso que se alzaba sobre nuestras cabezas.

Pero aquella situación afortunadamente no se había dado, así que no tenía de qué preocuparme. Además, el emperador parecía mucho más amigable de lo que pudiera aparentar su estampa, o esa era la impresión que me estaba causando.

Esbocé una pequeña sonrisa cuando alabó la sabiduría de mi maestro. Sin duda, era un hombre muy sabio y yo también le admiraba y me sentía muy afortunada de haber sido su aprendiz. Me sorprendió tener algo en común con el emperador, pues al parecer él también solía entrenar por estos lares.

Entonces, mis grandes ojos ambarinos le observaron de par en par. "¿La historia de este lugar?" Realmente, todo lo que fuese conocimiento que ampliase mi gran biblioteca, siempre sería bien recibido.

- Lo cierto es, majestad, que poco sé sobre la historia de este lugar. Todo lo que conozco, me temo, es más bien contemporáneo, y no mucho más tardío a cuando llegué a Lineris por primera vez -Dije, ya más tranquila y serena, como solía-. Pero no quiero molestarle, creo que he interrumpido su paseo...

Realmente me interesaba conocer la historia, pero ante todo era respetuosa y no podía anteponer mis deseos a los de mi emperador.

Solté una breve y sincera carcajada amistosa al escucharla mientras me llevaba una mano al pecho y otra a la espalda. Con voz imponente pero amable respondí a su comentario. Al parecer se había relajado un poco y volvía a ser ella misma.

- No temas, joven arconte. La compañía de uno de mis congéneres siempre me resulta agradable. Además, no estaba más que observando este precioso lugar.

Comencé a caminar con paso lento y calmado a lo largo de un sendero, esperando que me siguiera para proseguir con la charla.

- De modo que no conoces la procedendia de las cascadas del Edén... - pronuncié con un halo de misterio, a la vez que atrayente - Es sin duda un relato fantasioso, una leyenda, se podría decir. Sin embargo muchos la creen cierta, sobre todo aquí en Lineris. Yo, personalmente, la considero exagerada, pero con grandes dosis de la verdad.

Cesé un momento de hablar para escuchar de nuevo el canto de las aves y finalmente me detuve sin prisa alguna.

- ¿Te apetecería escucharla? - pregunté con voz hechizante y sugestiva haciendo un suave gesto con las manos y los brazos, a la vez que me giraba ligeramente para observarla de reojo.

Se rió, ¿por qué? No había dicho nada que fuese gracioso. Decidí no darle demasiada importancia. Pensé en que debía de sentirse solo en ese gran palacio para que apreciase tanto la compañía de otro áster. No estaba acostumbrada a ese tipo de trato, o al menos no me imaginaba que el emperador fuese de aquella manera. El título de emperador, para mí significaba algo más parecido a un tirano, pero él parecía todo lo contrario.

Comenzó a caminar, llamando mi atención con lo que parecía el principio de la historia, aunque parecía un cuento lleno de misterio. Le seguí, curiosa, sin perderme detalle de lo que decía. Mis grandes ojos ámbar brillaban de manera especial esperando por escuchar cada nuevo suceso de la historia. Pero entonces, se detuvo y me preguntó si realmente quería que me contase la historia. "¡Sí, sí, por favor!" En mi interior, el entusiasmo fulgía, aunque por fuera me mantuviese tan calma y serena como siempre.

- Ciertamente, majestad, no negaré que sería un placer escucharla... Pero, siempre y cuando no le resulte una molestia relatarla -Me apresuré a añadir.

A veces, cuando me enseñaban cosas nuevas, ignoraba que mi aptitud cambiase y me pareciese más a una niña con ganas de aprender. Aun así, eso sólo podía verse en mis ojos, en mi mirada, ya que el resto se quedaba dentro de mí y no solía aflorar.

Lo que percibí me hizo dejar escapar una ligera sonrisa divertida. Akari se encontraba como siempre, sin aparentar demasiado entusiasmo por aquello, pero en su mirada, sin conocerla demasiado, se veían las ganas inmensas de escuchar aquello que iba a contar.

Volví a mirar al frente con las manos cruzadas en la espalda. El cielo estaba muy claro y se podía escuchar el sonido del agua discurrir por el bosque. Incluso a lo lejos, si se prestaba atención, se oía el rugido de una catarata cayendo desde lo alto.

- No hace falta que seas tan sumamente formal conmigo - le dije en un tono entre suave y jocoso -, al fin y al cabo, no eres una súbdita cualquiera. Y para nada me resulta una molestia, contar una buena historia es siempre una agradable experiencia - concluí riendo entre dientes, moviendo el pecho enérgicamente.

Acto seguido reanudé el paso y comencé con la leyenda.

- Se dice que hace mucho tiempo - fueron mis primeras palabras, hipnotizantes y fluidas -, mucho antes de que los hombres fueran hombres y se formaran las civilizaciones; existían los dragones más poderosos que jamás ha habido y habrá - en este punto tomé una breve pausa y luego proseguí -. Fue el primero de los antiguos dragones el que, enfurecido, convocó un gran terremoto con su poderosa magia. Las razones pudieron ser varias. Algunos afirman que quiso desafiar a los dioses; otros, que quiso tomar su venganza por la ofensa de otro dragón; e incluso algunos, que simplemente enloqueció y quería destruirlo todo. En cualquier caso, Zetros lo ajustició con su poder divino y el dragón murió bajo terribles circunstancias.

Callé por un momento para darle una cierta tensión a la historia y con gesto de misterio, mirada penetrante y voz espeluznante continué narrando.

- Pese a todo ello, el daño ya había sido causado. El terremoto fue de tal magnitud que dejó desolado todo el norte de Lineris. Fallas que se levantaban, terrenos resquebrajados y ni una sola pizca de vida. El desastre era palpable. Por este motivo, Hánade, escandalizada ante tal horror, y más aún cuando ella había participado activamente en la creación de nuestro continente, decidió usar su poder para restaurar el paraje desolado. La tierra se encontraba desfigurada e irregular, con muchas imperfecciones, pero igualmente creó agua y después vida.

Tras soltar todo esto, imprimiendo un gran sentimiento y despertando interés, concluí en un tono crítico y sincero.

- De ahí surgió todo esto que ves ahora a tu alrededor, así como el precioso cañón de Vaeh Urobhak, o al menos eso es lo que cuenta la leyenda. Personalmente, los dragones desaparecieron de Yggdrasil hace mucho, y ahora solo existen escasos especímenes, sin contar a sus descendientes indirectos, los urobas, por lo que no podemos saber realmente si fue un dragón el que hizo todo eso... Aunque bien es cierto que no sería descabellado pensar que Hánade hubiera interferido.

Al terminar me giré ligeramente para observar la expresión de la arconte y esperé interesado a que diera su opinión al respecto.

No comprendía por qué tenía tanto empeño en que le dejara de tratar de manera tan formal. Yo estaba bien con ello, en este momento intentar tutearle me costaría mucho trabajo. Primero porque era el emperador, aunque eso tampoco fuese excusa, pero a mi me causaba mucho respeto; y segundo porque no tenía tanta confianza como para hacerlo. Aun así, si él me lo pedía, haría un esfuerzo.

Sin embargo, el comienzo de su relato captó mi atención por completo y me dispuse a escucharle, dejando a un lado lo anterior para permitirme nutrirme de aquella historia, mientras continuaba acompañándole en el paseo.

- Dragones... -Dije en un principio admirada, como si todavía me los estuviera imaginando, grandiosos-. Nunca hubiera imaginado que este lugar estuviera relacionado con ellos... Llevo mucho tiempo en Lineris, pero todavía no he visto ninguno...

“Me pregunto si me rehuirán...” Pensé esto último para mí, después me volví nuevamente hacia el emperador.

- Majest... Philip -Me corregí, oprimiendo por un instante los párpados y haciendo una pausa para concienciarme de ello. Luego volví a abrir los ojos y posé mi mirada nuevamente en él-. ¿Sabe qué fue de los dragones? “Me hubiese gustado verlos volar...” Tales criaturas... me cuesta creer que se hayan extinguido sin más...

Me quedé unos instantes pensativa, no me cabía en la cabeza. Algo tenía que haber sucedido para que desaparecieran de Lineris. Me conformaba con saber que hubieran huido a otro lugar. Pero, ¿desaparecer? No, eso no me lo podía terminar de creer tratándose de criaturas tan poderosas. Pensé, que a lo mejor tuviera algo que ver con la rápida expansión de los urobas aquí en Lineris, quizá por eso se hubieran visto acorralados y decidieran marcharse a otro lugar para no interferir los unos con los otros.

Sí, definitivamente, eso me convencía más. Estaba convencida de que ellos podrían tener la clave.

- ¿Conoces a algún uroba? -Pregunté firme pero seria tras la repentina pausa. Quizá hubiera sido muy directa, pero me había salido del alma, y para cuando me quise dar cuenta ya le había tuteado. Sin embargo, en aquel momento no pareció importarme el desliz, ya que me primaba conocer su respuesta.

Al parecer Akari había tomado más confianzas de lo que me esperaba. No es que me importara, después de todo había sido yo el que se lo había dicho. Por una parte me resultaba hasta divertido.

- No tienes porqué forzarte a tutearme o a llamarme por mi nombre de pila, querida arconte. Simplemente me refería a que no es necesario que utilices un lenguaje tan pomposo conmigo - dije riendo alegremente sin mostrar ningún tipo de molestia por ello -. Pero no te preocupes, no tengo problema en que me trates de esa manera, por lo que puedes seguir haciéndolo si así te sientes cómoda.

Después de decir aquello me volví para mirarla directamente al rostro y contesté a sus preguntas, esta vez poniéndome mucho más serio.

- En cuanto a los dragones... Conocí a varios urobas en el pasado, aunque la relación de nuestra raza con la suya nunca ha sido demasiado buena, por lo que en la mayoría de los casos he tenido un trato hostil con ellos. Sin duda es una pena, aunque bien es cierto que con alguno sí que establecí una cierta conexión amistosa. Pero eso es cosa del pasado.

Acto seguido me quedé un momento pensativo, mostrando un semblante quizá hasta algo preocupado.

- Sin embargo, lo que sí sé es que los antiguos dragones no se han extinguido. Por supuesto quedan algunos de ellos, pero su ubicación me resulta desconocida. ¿Por qué desapareció la gran mayoría? Mi humilde opinión es que eran demasiado poderosos para que abundaran. Posiblemente los humanos y el resto de criaturas los temían, y por ello se unieron para exterminarlos. De hecho, seguramente los dioses ayudaron a ello. Pese a esto, todo lo que te diga son solo elucubraciones personales. Si quieres saber con más profundidad qué ocurrió la mejor manera es preguntarle a algún anciano uroba - pronuncié calmada y correctamente. Si algo sabía hacer bien era dar discursos.

Me rebatió lo que había dicho anteriormente. Ahora prefería que volviese a tratarle como antes, pero no de forma tan estirada... ¿En qué quedábamos? Decidí no darle demasiada importancia y dirigirme a él como me saliera de manera natural. Sin embargo, asentí para hacerle ver que lo había entendido y continué escuchándole con atención a las detalladas respuestas que ahora me ofrecía.

Me quedé mucho más tranquila al escuchar que él compartiera la opinión de que los dragones no se habían extinguido.

- Oh, ya veo... -Murmuré, quedándome un tanto pensativa. Después me volví nuevamente hacia Philip-. ¿Y conoce a algún uroba anciano, majestad?

No era más que simple curiosidad. Mi duda no tenía porqué ser resuelta al instante, tampoco pretendía ir a buscar a dicho uroba para preguntarle. Sólo quería asegurarme de que pudiera contar con dicha posibilidad en algún momento. Aunque como bien había comentado, a los urobas no solían gustarles los áster.

- Discúlpeme si insisto en el tema, majestad. Pero... ¿Cómo averiguó la historia de las cascadas del Edén? Si lo leyó en algún libro me encantaría saber la referencia, así podría leerlo yo también y enterarme de más cosas.

Volví a mirarla despreocupadamente. Aquella muchacha era sin lugar a dudas una fuente andante de curiosidad. Me alegró bastante, me gustaba la gente que mostraba esa avidez frente a lo desconocido.

- Vaya, vaya, si que tienes un apetito insaciable de conocimientos. Eso me gusta, Akari - dije adulando aquella cualidad de la que había hecho gala -. Sin embargo, lamento decepcionarte, pero poco más puedo decirte. Actualmente no conozco ningún uroba digno de mención, y en cuanto a la historia sobre las cascadas del Edén, la escuché de mi antiguo maestro. Es una leyenda que ha ido pasando de boca en boca

Después decidí sentarme en un tocón que había en el camino y me crucé de piernas.

- Pero creo que ya he parloteado suficiente. Háblame sobre tí. ¿Qué te impulsó a presentarte como candidata para arconte? Bien es cierto que fuiste elegida por tu gran porte y tu destreza con la telekinesis, pero apenas nos hemos conocido en el terreno personal. Personalmente, soy alguien que necesita confiar en sus allegados, y tú eres una de ellos.

Esta última pregunta fue formulada muy educadamente y con una cierta curiosidad por conocer a mi súbdita.

Continuaba observándole con aquella curiosidad, esperando por conocer aquella información. Sin embargo, y aunque la respuesta por desgracia no fueron las coordenadas de ese libro, porque no existía, no me sentí decepcionada, sino al contrario, afortunada por haber sido una de las elegidas para continuar con la tradición de transmitirla a otras nuevas personas.

Después, quiso saber qué había sido lo que me había movido a ocupar el puesto de arconte. Me sorprendió un poco la pregunta, ya que realmente yo no me había presentado.

- Pues... En realidad, yo nunca me ofrecí sino que me propuso mi maestro, alteza... -Comencé, con calma-. Realmente no sé lo que vio en mí, pero debió creer que yo era la indicada para el puesto. Yo accedí porque siempre he confiado en él y él debió ver que estaba capacitada para ello -Me quedé un poco pensativa, pero luego proseguí, por un momento ignorando la fina barrera de mis sentimientos-. No lo sé... Yo siempre he estado dispuesta a luchar por defender unos ideales y creo que se me da bien tratar con la gente. Hasta ahora, creo que no he errado, siempre mido muy bien todo lo que hago para no cometer errores, siempre abogando por un buen uso del deber y de la justicia. Creo que soy bastante respetuosa con las personas y aunque no lo parezca me suelo preocupar por mi entorno. Y, respecto a la telequinesis... Creo que es bueno conocer las habilidades de cada uno, pero nunca las uso a menos que sea una situación en que no tenga más remedio. Antes que librar un combate prefiero discutir verbalmente todo lo que alcance el buen uso de la palabra, siempre tratando de evitar llegar hasta tal extremo. Pero si la vida de alguien que no merezca morir está en juego, no dudaría en defender su honor.

Volví a observarle, manteniendo la mirada con curiosidad por unos instantes. Luego me encogí de hombros.

Escuché atentamente todo lo que me estaba contando. Me encontraba cruzado de piernas con las manos apoyadas en mi rodilla y mi mirada mostraba curiosidad y misticismo. Lo cierto es que rara vez se verían mis intenciones en mis ojos. Cuando terminó la respondí con una voz hipnótica y relajante, como era común en mí.

- Espero que tu maestro no se equivocara, por el momento has actuado bien, Akari. Te sorprendería saber lo mucho que nos parecemos - dije en un tono un tanto jocoso -. El bien del más débil es la responsabilidad del poderoso, y la justicia es el fin máximo. Aquel que abusa de su poder es un tirano, y los tiranos no son queridos por su pueblo, simplemente son temidos. A mi parecer se consigue mucho más con el amor de tu gente que con el miedo.

Corría una brisa leve que mecía las hojas de los árboles. Algún pajarillo cantaba y las ardillas correteaban de rama en rama.

- Quizá esta sea una pregunta un tanto personal... Pero, ¿qué fue de tu maestro, Akari? - pregunté muy cortésmente. En cierto modo sentía que no debía hacer esa pregunta del todo, pero por otro lado quería conocerla mejor -. No tienes por qué responderme si te incomoda. No por ser el emperador te puedo obligar a estas cosas - terminé con una pequeña risa para demostrar que el ambiente era relajado.

A pesar de que todavía me siguiese causando un cierto respeto saber que era el emperador áster, comenzaba a sentir que nos entendiéramos. Era bueno compartir opiniones, debatirlas, y siempre es grato cuando se está de acuerdo.

Le observaba prestándole toda mi atención, aun estando él sentado en la roca y yo de pie frente a él. Me sentía mucho más cómoda en aquella posición estando en su presencia. Nunca había terminado de comprender a las personas que no rendían respeto y un cierto protocolo hacia sus superiores. Para mí era algo muy importante y a tener muy en cuenta, determinaba la educación que hubiera recibido cada uno y yo lo valoraba mucho.

Había desviado ligeramente hacia los árboles cuando estableció la pausa, aunque volviera a posar mi grande y curiosa mirada ambarina de nuevo en él cuando me preguntó por mi maestro. Esperé a que terminara de hablar, teniendo en cuenta su apunte, aunque respondí justo a continuación sin ningún reparo.

- Marchó... -Dije con simpleza, arrastrando un halo de silencio al tiempo que desviaba nuevamente la mirada y perdiéndola en algún punto difuso del horizonte, pensativa-. Supongo que en busca de nuevos áster recién nacidos, pues siempre tuvo una gran vocación y afán por ayudarlos a encontrar su verdadero camino. Y como conmigo se sentía ya satisfecho, partió sin demora para iniciar su nueva búsqueda...

Pronunciaba cada palabra que salía de mis labios con calma y tranquilidad. Era como si no me afectase en absoluto que me hubiera abandonado, pero es que yo no lo veía de aquella manera tan dramática... Para mí era como si yo hubiese ascendido de nivel y ya no necesitase de su guía y consejo para proseguir forjando mi destino.

De repente, me invadió una hambrienta curiosidad y me volví nuevamente hacia él, observándole con mis grandes ojos ambarinos.

- Vos, alteza... ¿Siempre habéis estado en la corte? -Pregunté con suavidad-. Cuando yo llegué la gente hablaba de vos con grandeza y admiración, por lo que supuse que llevaríais mucho tiempo a la cabeza de este imperio. Pero... ¿Qué fue de los anteriores? Realmente los ásters somos mucho más longevos que los humanos, diría que casi inmortales. Pero, realmente, ¿cuánto puede alcanzar nuestro legado?

De repente me había puesto un poco trascendental, pero realmente tanto lo que Miandra predicaba en sus enseñanzas así como el resto de dioses neutrales, eran realmente los valores que yo perseguía.

Miré interesado a la áster. Sin duda alguna era lo que aparentaba ser, una muchacha responsable y humilde, aunque también bastante curiosa. Con una voz un tanto misteriosa la respondí.

- Esa pregunta es un tanto peliaguda, Akari. Se podría decir que los áster nacieron cuando El Primero apareció. Cuenta la leyenda que fue obra de un gran hechicero, que invocó un espíritu que posteriormente poseería su cuerpo.

Me detuve durante un breve momento y después proseguí con la historia.

- De esto hace eones, cuando los dioses aún eran jóvenes e inexpertos. Mucho tiempo se necesitó para que la sociedad áster comenzara a formarse, pero sin duda siempre se mantuvo la costumbre del maestro tutor de un neonato.

La época en la que renací era turbulenta. El imperio aún no estaba completamente consolidado, por lo que cuando concluí mi aprendizaje me dispuse a formar un gobierno fuerte y que velara por el ciudadano. Poco a poco fui ascendiendo, hasta que finalmente se me nombró emperador, sustituyendo al anterior que había decidido apartarse de la política tras su gran esfuerzo por unificar a toda nuestra raza.

Aquel emperador era nombrado Gilgamesh el Primero. Por supuesto, si te das cuenta era el primero de todos los áster, y es al que le debemos todo lo que somos ahora.

Volví a hacer una pausa, dejando que Akari asimilara todo lo que había dicho. Por último respondí a su última cuestión.

- Llevo numerosos siglos gobernando éste nuestro querido imperio, y quizá lo más importante que he aprendido es que los áster no somos inmortales - pronuncié a modo de aviso cauteloso -. No envejecemos como los humanos, nuestros recipientes dejan de ser meras cáscaras débiles y propensas a enfermedades una vez poseídos, pero si recibes una estocada en tu corazón, ten por seguro que morirás irremediablemente. Espero haber resuelto de este modo tu duda.

Miré de nuevo a mi arconte con una media sonrisa en los labios.