La búsqueda de un antiguo aliado

Muerte. Aquella palabra retumbaba en mi cabeza incesantemente, cual repiqueteo obsesivo. Tantas cosas habían pasado, tantísimas y tantos recuerdos vagando en mi conciencia... Se podría decir que había perdido prácticamente todo lo que me quedaba. Era el pago por mi ambición. Pese a ello no estaba arrepentido, había merecido la pena.

Fue en esas cábalas cuando me pregunté qué había sido de aquel cazador. La última vez que lo vi fue sepultado por una gigantesca avalancha de nieve. El pobre no podía volar... Por suerte yo me libré de aquella muerte segura. Pero lo que estaba claro era que no podía haber caído en ese lugar. No al menos él.

Así pues me encontraba en aquellas cordilleras malditas, que habían visto tantísima muerte. Muerte.... Muerte....
Hacía un frío glacial y una poderosa ventisca amenazaba con echarse encima. En la falda de una de las montañas medianas, donde recordaba que tuvimos nuestro encuentro, estaba yo, rastreando en busca de alguna pista que me llevara hasta él. En cierto modo sentía una cierta empatía por el cazador.

Tras un largo tiempo recorriendo las cordilleras, de pronto sentí un aura un tanto poderosa. Sin duda alguna aquel era un demonio, sin embargo, no era un demonio conocido. Era curioso porque, de un modo u otro, el contacto que había tenido últimamente con mis congéneres había sido escaso, por no decir prácticamente nulo.

¿Qué haría allí? No es que el lugar fuera precisamente muy acogedor. Tampoco es que me importara demasiado. Aquello no tenía relevancia ni relación con mi propósito.

Sin embargo, bien era cierto que encontrar al cazador sería ridículamente imposible. En el caso de que hubiera muerto sus huesos ya hubieran sido devorados por los lobos alpinos... o por su propia mascota.

Solté un largo suspiro. Aquel trabajo infructuoso no llevaba a ninguna parte y para colmo la ventisca había comenzado a azotar. Por ello decidí refugiarme en la cueva más cercana, a la espera de que amainara el temporal.

La cueva estaba oscura y no se podía ver más allá de unos pocos palmos. Lo que hice fue adentrarme con cautela, comprobando si habitaba algún peligro en sus profundidades. Sin embargo nada de eso percibí, por lo que me dispuse a colocarme para comenzar con la meditación. Era posible que el demonio que sentía en las proximidades se acercara atraído por mi presencia, por lo que quizá no pudiera encontrar la relajación necesaria. Pese a ello, tampoco me molesté en ocultar mi aura, pues lo más seguro era que ya se hubiera percatado de mi posición.

Y así fue, nada más sentarme y cerrar los ojos aquel aura se encontraba en la entrada de la caverna. Pude intuir una silueta iluminada por una espada de fuego que solicitaba la entrada. Pese a haber interrumpido mi ejercicio, le contesté con voz calmada y pausada:

- Una gran tormenta azota fuera. No soy quién para negar el refugio a un desconocido, pues éstas no son mis tierras - pronuncié aún sentado y con los ojos entreabiertos.

Cuando pude enfocar mejor al demonio percibí de inmediato que portaba una pesada armadura negra y una vieja capa raída. Por su aspecto, pronto deduje que se trataba de un demonio antiguo, posiblemente de la época de Astaroth. No me extrañaría que fuera uno de exiliados tras la subida al trono de Arshei. Pero la antigua reina había desaparecido ya años... y muchas cosas habían pasado desde entonces. Mi rostro permanecía sereno, pero una carcajada irónica retumbó en mi interior. Aquel encuentro podía resultar entretenido.