Descanso, interrumpido.

Había perdido la cuenta de cuántas horas podía llevar sobrevolando acantilados, bosques, playas y mares. El viento se entrelazaba alrededor de mis plumas durante el vuelo, y era una sensación agradable, pero comenzaba a dolerme la espalda, allá donde nacían mis grisáceas alas. El Sol comenzaba a ocultarse tras el horizonte en el atardecer, y los rayos del ocaso teñían mi piel, cabello y alas de un pálido tono anaranjado. Determiné que era momento de descansar mis alas, que comenzaban a agotarse lentamente. Recorrí la costa con la mirada en busca de una playa. Cuando hube encontrado la que parecía ser idónea para un descanso, me aproximé a la orilla, y a una distancia moderada del agua y la orilla, cesé mi vuelo y me dejé caer sobre las oscuras aguas. Dejé de oír y ver por unos instantes sumergida en el agua. Tomé impulso, y salí enérgicamente del agua, tomando una bocanada de aire. Nadé suavemente hasta la orilla, y sin hacer uso de mis alas, salí del mar a pie, hasta llegar a la orilla, donde me dejé caer a plomo, como si se tratase de un títere al que acababan de cortar las cuerdas.
Así, empapada, desplomada sobre la arena de una playa cualquiera, observé el cielo, sin ganas de nada. Inerte. Con la mente casi en blanco, y con el aura suprimida, tratando de evitar visitas. Pasarían horas hasta que recobrara las fuerzas necesarias para emprender mi viaje de vuelta a casa.

Aún seguía en mi mente, por qué haría eso? me ataco sin ningún motivo, ese pensamiento me comía por dentro, desde que me puso la espada en el cuello aquél ángel caído... sobrevolaba el océano, el basto océano, mientras cavilaba el por qué, escuchaba el batir de sus alas, notaba como el aire perfilaba con cada batida las plumas, volar es la mejor sensación que se puede experimentar, a varios metros, en el agua, podía ver el aura de los peces, cuando sobrevolaba un banco de ellos, casi parecía chisporrotear la vida bajo sus pies, más al fondo, podía ver otros auras más grandes, eran tiburones, pulpos... Cogí impulso con las alas ascendiendo deliberadamente, para luego hacer un picado hacia el agua, el gélido contacto de agua, aliviaba la presión que habitaba mis neuronas en esos días, el agua goteaba por las puntas de mi cabello, y se escurría entre los dos omoplatos, justo entre las alas, mojando el pantalón, repetí la misma acción, una y otra vez, me parecía divertido ver cuanta cantidad de agua levantaba con cada subida, esboce una leve sonrisa, hacia tiempo que no sonreía. Continué volando, poco a poco aparecían playas e islotes de blancas arenas, sobrevolaba arrecifes de coral y de repente, a lo lejos, la vi, allí estaba, tirada en la arena mirando hacia arriba, parecía indefensa, parecía, pero su armadura de roca nunca podría quitársela sola, actué rápido y sin pensar y liberé el aura para usar el viento y levantar una gran ola, ahora seré yo el que ponga la espada en su cuello primero...
La ola avanzaba hacia ella veloz, si darle tiempo a reaccionar, la ola impacto contra ella, desplazándola varios metros.

Sumida absolutamente en mis pensamientos, hubo algo que me hizo volver en mí. Un sonido rápido, cada vez más próximo, semejante al del mar cuando se muestra furioso. Levanté ligeramente la cabeza, pero para entonces, una gran ola irrumpió contra mí súbitamente. Moví ágilmente mis brazos, tratando de aferrarme a algo, pero era inútil, todo lo que conseguía aferrar no eran más que puñados de arena mojada. Finalmente, las aguas que me habían golpeado volvieron al mar, mientras yo tosía, tratando de estabilizar mi respiración. Alcé la mirada, ahora que estaba más centrada, podía sentir un aura. No estaba sola, y aquella ola no había sido creada por obra y gracia de la naturaleza. Arriba. Sus alas blancas como la nieve indicaban su raza, y sus cabellos violáceos indicaban quién era.

- Tú… - susurré, entre sorprendida e indignada.

Era lo último que habría deseado. Descansar era todo cuanto había querido ese día, y no sólo me lo habían impedido, sino que además, había sido él.

Sacudí mis alas rápidamente, tratando de secar las plumas, mientras me ponía de pie sobre mi posición. Le observé fijamente. Ni si quiera tienes la decencia de atacarme a menos de diez pasos. Qué valeroso por tu parte, ángel. Dejé de suprimir mi aura, esperando cualquier otro ataque, y di media vuelta, dispuesta a caminar por la orilla en busca de otro lugar mejor en el que descansar.

Su reacción me sorprendió, el otro encuentro parecía ansiosa por atacarme, vi como se alejaba poco a poco, alcé el vuelo, extendí mi alas níveas me coloqué delante de ella, mirándola a los ojos, a un par de metros de distancia, mi cuerpo estaba totalmente en tensión, lleve la mano hacia el puño de mi espada, justo al lado de la guardia.
¿Te parece bien lo que estoy haciendo?
Sabia muy bien lo que hacia y sabia lo que quería conseguir

Sin mirar atrás y mientras proseguía caminando, pude oír cómo Eirien batía sus alas con fuerza acercándose a mí. Llevé mi mano hasta la empuñadura de mi espada, preparada para cualquier ataque. Sin embargo, el ángel sólo sobrevoló mi posición hasta colocarse ante mí, a escasos metros. Observé cómo él también conducía su mano hacia la empuñadura, en lo que parecía ser una señal de guerra.

Cesé mis pasos, y colocando todo mi peso sobre la pierna derecha, escuché sus palabras. Alcé una ceja, entre sorprendida y confusa. ¿Qué? Pensé para mis adentros. No tenía ni idea de qué era lo que pretendía con aquella pregunta.

- Como si te importara en exceso mi opinión sobre tus actos. – respondí, tampoco muy segura de qué decir ante aquella pregunta extraña e inesperada.

¿acaso sabes tú que es lo que me importa?
Agitaba mis alas acompañando el aire, relaje los brazos, el viento traia su aroma y titilaba en mis fosas nasales, por unos segundos cerré los ojos, sin bajar la guardia, disfrutando de ese olor...

Vaya, que bien hueles...

Reí, me volví a relajar, levante una pequeña proporcion de arena, levantando un pequeño remolino de ella, juguetee rodeándonos a los dos, deshice el remolino y la arena cayo sobre el suelo

- Sinceramente, dudo bastante que te importe un mínimo lo que yo pueda opinar. – respondí cortantemente.

No dejaba de batir sus alas, no paraba quieto. Incluso parecía disfrutar del momento con sus actos. Fruncí el ceño, totalmente extrañada. A continuación, su frase me dejaría totalmente descolocada. ¿Primero tratas de atacarme, y ahora halagas mi olor? ¿Qué clase de desequilibrio mental sufres?
Arena de la playa comenzó a moverse en círculos a nuestro alrededor, tensioné mis músculos y aferré aún más fuerte mi espada, podría tratarse de un ataque con su propio elemento, pero para cuando estaba preparada para contraatacar, el remolino de arena se deshizo.

Definitivamente, su comportamiento me estaba descolocando, y no sabía a dónde quería llegar a parar.

- ¿Qué pretendes? – pregunté, molesta y confusa.

Pretendo conocerte. Desde que te vi la primera vez, llamaste la atención

Ella estaba impertérrita, su pétrea mirada me taladraba y eso me incitaba más a conocerla, algo guardaba, algo tenía que desbocaba mi respiración...

Empecé a juguetear con una pluma de mi ala derecha, estaba medio suelta, con un leve tiron, la pluma se solto, la deje caer al suelo, y moví la tierra y elevé un montoncito colocando la pluma justo al lado de su mano.

Chisté con una leve sonrisa torcida en los labios.

- Entonces, me temo que pretendes algo que no debes. Eso es querer alcanzar algo que no puedes conseguir. – respondí, apoyando mi mano izquierda sobre la empuñadura de mi espada. Relajé mi posición, pero me mantuve alerta.

Observé cómo jugueteaba con su elemento, la tierra. Bien, eso me permitía conocer cuál era su elemento. Colocó una de sus plumas en un montículo de arena, junto a mí. La observé por un momento. La luz del ocaso recaía sobre ella, era de un blanco impoluto que casi parecía refulgir. Era como cualquiera de mis plumas, excepto por aquél horrible color, lleno de… luz.
En apariencia, era sólo una pluma, pero casi podía ver a través de ella. A mi padre. A un ejército de ángeles. Y sangre. Sangre, salpicada por todas partes...
Volví en mí gracias a un soplo de brisa marina que me revolvió el cabello. Inspiré con fuerza, y con la misma fuerza, espiré, haciendo que la pluma cayera del montículo, descendiendo hasta la arena con un vaivén que parecía casi una danza con el aire. El agua en la orilla se aproximaba con las olas una y otra vez, hasta conseguir llevarse consigo la angelical pluma.

Alcé mi mirada hasta él, con el ceño fruncido. No lo entendía. No era capaz de entenderle. ¿Por qué seguía insistiendo, una y otra vez, en tratar de conocerme? Nunca había recibido buen trato por mi parte, y sabía que no era algo que fuera a recibir en un futuro.

- Desiste. – dije, aún observándole. No puedo perdonaros, a vosotros los ángeles. No aún. Giré sobre mi posición y retomé mi paseo por la orilla, sin dejar de fruncir mi ceño.

Las costas al atardecer eran un lugar perfecto para relajarme, pero ya estaba cansada de estar en esa dichosa playa. La arena se me metía entre el poncho, y me había picado una medusa en el pie. Ya me había fastidiado el dia por lo que me levanté costosa, sacudiendo la arena del poncho. Tenía este en mis manos, y sentía una suave brisa en mis carnes desnudas.

Entonces me crucé con una muchachita que tenía mala cara. Yo tenía un mal dia pero era de mala educación no saludar.

-Hola, niña-la dije con mi gastada voz en el tono más amable que me salió, esbozando una sonrisa. Seguí hacia delante sin detenerme. La picadura de esa medusa me había molestado en sobre manera.

Desaparecí del lugar.