La calma

Era irónico que aún no hubiera visitado los bosques más extravagantes de todo Yggdrasil. Lo cierto es que siempre me habían atraído, pero no había tenido oportunidad de acudir a su llamada. Una leyenda (bien comprobada por mi "biblioteca" particular) decía que allí se escondían unas ruinas de una antigua civilización, posiblemente destruida por los primeros dragones.

El bosque que había crecido alrededor se había formado con los sedimentos de una especie única de cristales, pertenecientes solo a aquel lugar. Por la noche, era un espectáculo mágico.

Con la Luna en lo alto, me adentré en busca de dichas ruinas con las pistas que me daban la composición de la tierra y de los árboles cercanos. Pronto llegúe al aquel lugar. Sin duda alguna, la antigua civilización poseía una avanzada tecnología, mas de nada les sirvió contra los poderosos dragones...

Así que me encontraba plantado delante de lo que parecía el portón de entrada a la ciudadela, decorado con extraños símbolos que sugerían un idioma arcaico y complejo.

Hacía tiempo que me había exiliado a Lineris, pero nunca antes había visitado este bosque. Había oído historias sobre él, pero nunca antes lo había visitado. Lo que no me imaginaba era que encontraría tan bello espectáculo... La vegetación parecía tallada en cristal y pequeños destellos de colores la hacían brillar con luz propia.
Avanzaba sigilosa sobre las copas de los árboles, saltando de rama en rama, sin saber lo que podría encontrar... por ese mismo motivo mi aura se encontraba reducida, pues no quería alertar a las criaturas del bosque. Me movía como una sombra, o más bien como un fantasma.
Desde las alturas el espectáculo era sobrecogedor... Sin embargo, a lo lejos comencé a apreciar las formas de lo que pudiera ser una antigua civilización.
Me detuve por un instante, pues no había tardado en percibir la presencia de un ser por su aura de lo más oscuro... Me relajé ante este hecho, deteniéndome a analizarlo más detenidamente...
“¡¿Príncipe?! ¿Ahora era un príncipe?” Pensé con una agridulce sensación en mis entrañas.
Ciertamente le recordaba de habérmelo cruzado en la ciudad de Eliria, pero nuestro encuentro no había sido para nada fructífero aquella vez. Y yo... había cambiado.
Esta vez no me importaba. Era más, sentía curiosidad por ver lo que habría venido a buscar, por lo que, me mantuve quieta y en silencio, mimetizándome con el entorno.

Alcé mi mano para posarla en el gran portón. Con un estruendoso estrépito chirriante comenzó a abrirse lentamente. De este modo pude observar las maravillas que se encontraban dentro de la muralla. Artefactos imposibles destruidos, edificaciones irrealizables totalmente derruidas y un pavimento mellado y repleto de socavones.

El silencio era sepulcral. Comencé a avanzar lentamente hacia el corazón de la ciudadela. Algo me decía que lo que buscaba se encontraba en lo más profundo de su estructura.

Observé que avanzaba hacia el interior de la ciudadela, y no me quedó otra que seguirle, al acecho... ya que desde allí no podría alcanzar a ver lo que se proponía y debía acercarme un poco más.
Me clavé en el suelo sin hacer ruido, apoyando las manos en el suelo una vez los árboles llegaron a la frontera de la ciudadela, y me pegué a la pared, asomándome junto a la entrada, agudizando mi oído para seguirle la pista y mi vista sobrenatural en la oscuridad, pues no quería perderme detalle.

Las calles se estrechaban y se cernían amenazantes sobre mi figura, como si algún ente antiquísimo librara una batalla eterna por liberarse de su prisión y acabar con el intruso que acababa de aparecer. El aire denso estaba cargado de poder ancestral. Una niebla sobrenatural se alzaba, impidiendo la visión a pocos metros de distancia. Con paso decidido me adentré en dicha niebla.

Pronto descubrí que no estaba solo. Dos tenues auras inquietantes se aproximaban con gran violencia hacia mí. Sin modificar mi semblante, desenvainé a Gehena y comenzó a arder. Los enemigos no tardaron en aparecer, pero dado que no se habían molestado en ocultar su presencia pude adivinar que se acercaban por el frente y por el flanco derecho. De este modo, dos grandes bestias, semejantes quizá a lobos y con forma etérea, se abalanzaron sobre mí de la manera que había previsto.

Rápidamente me volví hacia mi lado derecho y lancé un tajo frontal a la criatura, que se deshizo al mero contacto, mientras que con la mano libre convocaba una ráfaga de aire lo suficiente fuerte como para desplazar la dirección de la acometida de mi segundo enemigo. Al igual que su congénere, se desvaneció al instante.

No parecía que fueran poderosas, seguramente se trataban de residuos de un aura muy poderosa que había habitado en aquel lugar. Sin enfundar a Gehena cerré los ojos por un instante y recité:

- El alpha y el omega, el fin y el destino de terminar con el cometido encomendado. Réquiem de toda existencia, descansad en paz.

Continuaba asomada por el marco de la entrada a la ciudadela, esperando a ver qué descubría...
Me tuve que adentrar un poco más, suguiendo sus pasos a una cierta distancia, cual cazador al acecho... Pero etonces le vi perderse en una densa niebla que parecía alzarse más adelante...
Me detuve, un tanto confusa. Aquello no entraba en mis planes. No había previsto meterme en la boca del lobo...
Esperé unos instantes ante la niebla –aun donde podía ver con mis propios ojos lo que había a mi alrededor–, me desmimeticé y apoyé en la pared, esperando a que volviera a salir. Tal vez no fuera tan mal después de todo toparme con el demonio una vez saliera de la niebla.
Pero, de repente, sentí dos nuevas auras aparecer de la nada. Su origen parecía provenir del interior de la niebla. Agudicé un poco más mi sentido extrasensorial, ya que la niebla nublaba también mi olfato y diferencié las auras de dos... “¡Licántropos!” ¿Por qué licántropos? Parecía que todavía me persiguiesen, incluso encontrándome lejos de Vaahl...
No sabía por qué me preocupaba... salvo que se tratase de Dean –que lo dudaba– me daría bastante igual la suerte de aquellos licántropos... Mucho más ahora... Pero –dado que no podía verificar que se tratase de él–, no podía arriesgarme...
Me adentré hacia el interior de la niebla, alerta, y avancé todo lo rápido que la niebla y mis propios sentidos me permitían, pero con el mismo sigilo.
No podía ver a más allá de un palmo de mis narices, me guiaba por el aura y el tacto, ya que no podía fiarme de los otros sentidos.
Desenvainé mi katana sanguinaria, lista para bloquear su estocada... pero la niebla me ralentizaba...
Dejé de sentir a los licántropos... y me apresuré aun más, llegando hasta donde percibía el aura del demonio.
–¿Qué era eso? –Pregunté hacia donde sentía su aura, mostrando la mía para que me reconociese, y apenas pudiendo apreciar una silueta en la densa niebla.
Mi katana estaba preparada, por si mi repentina aparición le asustase y decidiese asestarme una estocada, o lo que fuera.

Nada más terminar mi salmo percibí otro aura, pero esta vez totalmente diferente. Al parecer alguien se había entretenido espiándome, y eso no me gustaba en absoluto. Pronto descubrí que se trataba de un vampiro. En concreto... sí. Era aquella vampiresa que me encontré justo después de salir de mi encarcelamiento en las cuevas del Limbo. La primera impresión que había tenido de ella no había sido especialmente buena, pero en cierto modo había sido reconfortante encontrarse con alguien, después de estar tanto tiempo aislado del mundo exterior. Si no recordaba mal, su nombre era Katerina Vandzant.

Durante un breve instante en mi rostro se dibujó una divertida sonrisa. Al escuchar su pregunta, evidentemente sorprendida por el suceso, me giré lentamente para responderla con voz casi antinatural, procedente prácticamente de mi aura enrarecida.

- Es de mala educación espiar a un caballero dispuesto a realizar nobles acciones por este nuestro hermoso mundo - al decir aquello fui enfundando a Gehena. Lo cierto era que solo podía percibir la silueta de la mujer -. Katerina Vandzant, no sé que te habrá traído hasta aquí, pero permiteme decirte que corres un grave peligro. No es sabio adentrarse en este lugar sin conocer lo que uno se puede encontrar...

Después me fui acercando hacia ella lentamente. El extraño ambiente en el que nos encontrabamos hacía que mi aura pareciera aún más siniestra y extravagante de lo que solía ser, la cuál ya de por sí era bastante inquietante.

- Lo que acabas de sentir son residuos de un aura muy poderosa. Seguramente alguna entidad muerta tiempo ha, o quizá simplemente enclaustrada en una prisión mágica de máxima seguridad.

Observaba la silueta del demonio, ya que no podía apreciar mucho más en la densa niebla. Se mostró bastante cordial conmigo, lo cual era de agradecer, muchos otros habrían dejado actuar su instinto antes de pararse a analizar quién sería el intruso, lo cual me parecía que le daba muchos puntos. Parecía una persona sensata.
Escuché el chirrido del metal de su hoja al ser enfundada mientras no dejaba de escuchar su advertencia. Esbocé una sonrisa torcida ante aquello, al tiempo que también envainaba mi katana, ignorando sus alaridos en mi cabeza por no haberle dado sangre...
De nuevo volvió a apoderarse de mí aquella misma sensación que cuando nos topamos por primera vez en Eliria, aunque esta vez fuese algo más intenso, pues su poder había aumentado considerablemente desde entonces. Me hacía sentirme inquieta... pero no lo demostraba exteriormente.
–¿Peligro...? –Torcí una sonrisa algo siniestra, controlando mi inquietud. Si por algo me caracterizaba era por haber aprendido a dominar mi autocontrol en esta larga eternidad–. Me río en la cara del peligro... –Susurré pausadamente con cierta sorna, profundizando en cada palabra como si se tratase de una meditada actuación–. Y creo que tú también... sino dime por qué vienes a buscarla... ¿Qué es lo que esconde este lugar que haya llamado tanto tu atención, Aspicious Oicilpus...? –Arrastré la última letra de su apellido, prolongándola con un deje de misterio. Yo tampoco había olvidado su nombre.
Aunque me mantuviese con aquel semblante indescifrable, sentía curiosidad por saber qué había allí... El muy maldito había logrado despertar mi curiosidad con aquel relato... aunque me costase admitirlo.

Aquellas orgullosas y vanidosas palabras me producieron un pequeño chasquido a modo de risotada. Posiblemente cuando viera con sus propios ojos lo que allí podría encontrarse cambiaría de idea... Con un leve gesto de muñeca una brisa se levantó y comenzó a disipar la niebla hacia nuestras cabezas. Entonces pude verla bien. Llevaba un atuendo similar al que vestía cuando la conocí.

- Así que os reís en la cara del peligro... - dije socarronamente terminando con una breve y sinuosa carcajada -. Espero que lo que digáis sea cierto, este no es precisamente un lugar de recreo.

Después comencé a andar hacia mi destino inicial, dándole la espalda a la vampiresa, al mismo tiempo que continué hablando.

- Fuerzas primigenias, a la vez que malévolas, residen en estas ruinas. Mi deber es investigarlas... para poder sacar algún provecho de ellas. Si no estáis interesada os aconsejo que os marchéis... - me detuve durante un instante para soltar otra risita irónica mientras me encogía ligeramente - Si por el contrario os encontráis ávida de aventuras, éste es el momento propicio para ello.

Con aquella misma expresión indescifrable, continué escuchándole. De repente una pequeña ráfaga de aire disipó la niebla que había entre nosotros. “¡Qué oportuno!” Me dije, pues ahora podía ver al demonio.
–Primigenias, ¿eh...? –Pregunté con cierta aunque calculada picardía.
Me preguntaba qué clase de “fuerzas” serían aquellas... ¿Podría hallar aquí nuevas respuestas sobre el paradero de mi sire? Podía imaginar, o creer, que sí.
Con una sonrisa entre macabra y traviesa, di a entender que me interesaba unirme a su empresa.
–Veamos lo que se puede sacar de este lugar... los misterios que esconde...
Fueran o no correctas mis imaginaciones, seguro que descubriría algo valioso que pudiera servirme para el futuro.

Camine con serenidad a lo largo de la ciudadela. La vampiresa se encontraba detrás mía, pero realmente lo único que me importaba era llegar hasta el templo que se encontraba en el corazón de aquel paraje. Al sentir que aquella mujer estaba dispuesta a seguirme solté un suspiro y comenté en un tono un tanto seco:

- Será mejor que si me vas a acompañar me seas de utilidad. Y también será mejor que no toques nada de lo que veamos, no vayamos a desatar el caos sobre nuestros cuellos.

El camino sucedió sin más incidencias, salvo que al llegar al gran portón de la majestuosa construcción, éste no se abrió. Me detuve delante, ligeramente pensativo, tratando de idear alguna manera de abrirla.

–Descuida, no soy nada fetichista... puedes quedarte los tesoros para tí, a mí no me interesan –Respondí con cierta sorna, y en un susurro mientras seguía sigilosamente sus pasos–. Sólo me interesa descubrir el misterio que oculta este lugar. Seré una sombra, lo prometo –Se pudo palpar la picardía en esto último, además porque lo aderecé con una sonrisa torcida.
Y tal como había prometido, no volvió a escuchar mi voz, ni mis pasos... Si no me hice invisible a sus ojos fue por puro respeto, pero en caso de encontrarnos con algún enemigo, no dudaría... Mi supervivencia era mucho más valiosa que todo el respeto que pudiera inspirarme este demonio.
Al llegar a la puerta, me detuve tras él y observé arqueando una ceja escéptica cómo trataba de ingeniárselas para abrir el portón, que parecía estar cerrado...
Carraspeé, llamando ligeramente su atención.
–¿Me permites? –Susurré, esta vez directa cual puñal.
Me decepcionó comprobar que un demonio de su reputación no tuviera recursos para esto... Y sin esperar respuesta alguna, me adelanté como una exhalación, interponiéndome entre el demonio y la puerta, y con elegancia me quité un par de horquillas del pelo... con las que comencé a hurgar en la cerradura hasta que se escuchó un chasquido, indicando que ya no estuviera cerrada. Después, empujé la puerta con suavidad, para que se entreabriera, y me aparté ligeramente del paso.
–¡Et voilà! –Exclamaba observando de nuevo al demonio con sarcasmo al tiempo que me volvía a colocar las horquillas en el pelo con la misma elegancia, en su anterior posición, volviendo a silenciarme.

Me quedé atónito al ver como aquella mujer tenía la desfachatez de hacer semejante cosa.

- ¡Insensata! - bramé con violencia, pues un aura gigantesca se aproximaba a una velocidad vertiginosa hacia nosotros - Este portón no se puede abrir así como así. ¡Te dije que no tocaras nada!

Volví a desenvainar a Gehena y comencé a aumentar mi aura hasta el máximo. Lo que nos esperaba era un enemigo portentoso. Un pequeño remolino de aire se formó a mis pies, a la vez que me lanzaba hacia la vampiresa, apartándola de la entrada. Justo después una gigantesca bestia hizo aparición desde la profundidad del templo.

Se trataba de un monstruo de unos 5 metros de altura, bípedo aunque corría a 4 patas, cubierto de pelo pardo oscuro por todo el cuerpo y con una mandíbula de la que escapaban unas protuberancias óseas. Así mismo unos gigantescos cuernos crecían en su cabeza, y unas poderosas garras amenazaban con destrozar al que se interpusiera en su camino. Aquel era un minotauro, una de las bestias más comunes utilizadas para guardar con celo secretos ocultos.

El minotauro se quedó observándonos, y justo después lanzó otra acometida. Agarrando aún a la mujer alcé el vuelo para esquivarla.

OFF: La criatura es esta:

Minotauro:

Clavé instintivamente mi mirada en él como un puñal al recibir su represalia. “Desagradecido...” Mascullé en mi cabeza, con desprecio. ¡Yo había abierto la puerta! ¿Cómo se atrevía...? Aunque el rencor duró sólo un instante, iba a replicar cuando lo sentí...
Pero no me dio tiempo a reaccionar, pues el demonio me apartó de la trayectoria de la puerta elevándonos del suelo, al tiempo que veía a un grandioso minotauro embestir la puerta y salir hacia el exterior, que derrapó al ver que estábamos en lo alto y se nos quedó mirando.
–¡Suéltame! –Bramé, al tiempo que sacaba mis alas de murciélago y me despojaba de sus brazos opresores, o salvadores según se mirara–. No eres el único aquí que puede volar...
No me gustaba que me salvaran, y menos por un hombre... por más que éste no fuera un humano, sino un demonio... Podía cuidarme yo sola...
Desenvainé a Kuroichi, mi katana sanguinaria, como una exhalación –ésta rugió lasciva– y con la misma rapidez me abrí en canal las venas del brazo –esta vez Kuroichi gimió de placer–, brotando la sangre de ella a chorros y generando un buen charco de sangre donde habría de quedar nuestra sombra allá en el suelo. Cuando consideré que había vertido sangre suficiente, la herida se cerró, cicatrizando rápidamente como si nada hubiera sucedido.
La sangre ya no estaba ahí, pues se había deslizado tan rápida y sigilosa –como yo– hacia el cobijo de la niebla...

No opuse resistencia a que la vampiresa se zafase. Ciertamente no me gustaba tener ese tipo de contacto físico, y menos con una desconocida. Realmente no confiaba en que fuera de gran ayuda, y más aún cuando se mostraba tan soberbia.

Sin embargo, el minotauro no cesaba en su empeño de acabar con nosotros. En este punto, Gehena comenzó a emitir una llama inconsumible y yo bajé de nuevo al suelo para ponerme en guardia, esperando el momento justo para actuar. Conocía bien el patrón que seguían ese tipo de criaturas, se ponían a cuatro patas y realizaban una embestida brutal, poco precisa, pero que si te alcanzaba podías darte por muerto. Realmente era sencillo librarse de esos molestos engendros si se sabía cómo. Su punto débil era su aparato olfativo, pues entonces perdían toda la puntería que pudieran tener.

De este modo esperé sosegado a que el monstruo decidiera emprender la acometida. Las llamas de Gehena se movían ávidas y el remolino a mis pies cada vez se acentuaba más. Cuando llegó el instante exacto una gran corriente de aire me empujó hacia arriba, esquivando así la arremetida, a la vez que otra mucho más concentrada propagaba el fuego de mi espada hacia la faz del engendro.

El minotauro comenzó a gemir lastimosamente. Gran parte de su rostro había sido calcinado. Sin embargo, aquello no acabaría con él, de hecho, se mostró realmente enfurecido. Pese a ello, ya poco podía hacer, pues había perdido la capacidad de atacarnos con tino.

- Es momento de atacar. Ahora está indefenso - manifesté sin inmutarme, esperando a que la vampiresa hiciera aparición para asaltarle por sorpresa.

Aún en vuelo, trataba de no perder la concentración mientras observaba cómo el demonio se ponía a tiro del minotauro –urdiendo alguna clase de estrategia, esperaba–, me posé sobre lo alto de una columna ahora con la mirada ensangrentada y fija en un punto determinado de la niebla. El charco de sangre que antes había chorreado se deslizó como una sombra justo delante del demonio. Si se estaba poniendo a tiro, el minotauro pasaría por ahí.
Y así como lo había calculado, sucedió... Para mi suerte, el minotauro se quedó varios segundos jadeando sobre el charco tras recibir una bocanada de fuego en su propia cara –mientras escuchaba el bramido del demonio dándome una señal para que atacara–, lo que permitió a la sangre deslizarse por sus pezuñas rápida como una exhalación y penetrar al interior de su cuerpo por la hendidura que había en el nacimiento de las mismas...

Y como esperaba, la vampiresa introdujo su sangre en el minotauro. Si era lista, poco faltaría ya para acabar con él. Con las alas desplegadas y en el aire observé detenidamente como la bestia se movía frenéticamente, henchida de dolor.

Con sumo cuidado y concentrandome al máximo produje un vacío alrededor de la cabeza del monstruo. Aquella criatura podía sobrevivir sin aire durante un gran tiempo, pero la diferencia de presión pronto hizo que sus tímpanos estallaran, privándole así también del sentido del oído.

En esta ocasión se derrumbó en el suelo, para comenzar a revolcarse violentamente sobre la tierra. Ya solo quedaba el golpe final.

Desde lo alto de la columna, trataba de no perder la concentración... El minotauro no dejaba de jadear y de bramar dolorosos quejidos, retorciéndose de dolor en el suelo, sobre el mismo lugar en el que antes le aguardaba el charco con mi sangre... que ahora se abría paso por el interior del minotauro, deslizándose por las cavidades hacia su destino...
Podía sentir sus latidos aun desde mi posición, su corazón bombeaba agitadamente... la suma de las diferentes emociones y sensaciones que la bestia estaba experimentando habían desencadenado aquél agitado pulso, lo que me facilitaba en sobremanera el conducir a la sangre por el interior de su cuerpo hacia el corazón.
Una vez llegó la sangre a aquella cavidad de su pecho, lo rodeó calculadamente y se transformó en unas finas y sólidas agujas que lo atravesaron de lado a lado por todas partes.
Un quejido desgarrador se escuchó a continuación...
Ya sólo fue cuestión de tiempo que el corazón le dejara de latir, aunque su respiración se detuviera mucho más rápidamente, como si se ahogara angustiosamente...
Los jadeos se prolongaron unos instantes más, el minotauro luchaba por sobrevivir, pero poco a poco se fue apagando su fuerza, hasta que finalmente se dejó de mover y su mirada se perdió en la lejanía...
Aquel fue el instante en que dejé de escuchar sus latidos –con mi fino y agudo oído sobrenatural–, lo cual sólo podía significar una cosa: el minotauro había muerto.

Observé impasible como la criatura fenecía a causa de la vampiresa a la vez que guardaba a Gehena. Asentí complacido, finalmente había resultado más útil de lo que a priori podía parecer. Sin perder un solo segundo me adentré en el templo. Lo cierto era que no tardé mucho en alcanzar lo que venía a buscar. Tras caminar unos cuantos cientos de metros allí se encontraba un altar sobre el que se posaba un gran pergamino antiquísimo.

No me preocupé ya por la mujer, si me había seguido no la presté atención. El pergamino contenía una valiosa información sobre el templo y las ruinas, así como el Bosque de Cristal en sí mismo. Sin embargo, no me atreví a tocar la reliquia. Sabía perfectamente qué consecuencias podría acarrear aquello. Por ello, saqué mi pluma y mi pergamino que siempre llevaba encima y me dispuse a copiar detenidamente cada una de las runas que allí estaban plasmadas. Una vez hube terminado guardé mis enseres y me dispuse a salir de aquel lugar.

Descendí de la columna simplemente dejándome caer dando un paso hacia delante, realizando un aterrizaje limpio, silencioso y elegante cual gato. Después me acerqué hasta el minotauro muerto y posé un par de dedos sobre su oído. La sangre que antes le había dado muerte, ahora salía al exterior en un hilillo a través de su oído, penetrando de nuevo a mi cuerpo a través de una pequeña hendidura bajo las uñas de ambos dedos.
El demonio ya había desaparecido, pero no me costó seguir su rastro –mimetizándome de nuevo–, pues su fatigosa carrera resultaba muy escandalosa para mi fino oído sobrenatural.
Volví a aparecerme una vez a su lado, atreviéndome a observar por encima de su hombro, pues aunque su letra no fuera tan impecable como la de los símbolos del pergamino original, la copia era muy exacta.
Pero no malgasté demasiado tiempo en curiosear, pues el peligro en aquel lugar nos acechaba y era mejor que yo vigilara mientras él copiaba.
En cuanto acabó, volví a mimetizarme y salimos al exterior de la Ciudadela, donde seguía habiendo niebla, pero parecía haber comenzado a elevarse hacia las nubes.

Sin mencionar una sola palabra, me dirigí hacia la salida de las ruinas. Por el momento era conveniente no arriesgar más. Ya había obtenido un botín, y dependiendo de la información que contuviera el pergamino decidiría si volver a realizar una investigación más a fondo. La vampiresa se había vuelto a mimetizar, lo cuál significaba que había aprendido la lección. Aquel lugar realmente era peligroso, y ni si quiera habíamos visto la punta del iceberg.

Una vez salimos de nuevo al bosque esperé a que Katerina saliera de las sombras. No tenía nada más que hacer allí, pero al menos veía me despediría de ella. Quizá fui rápido al prejuzgarla la primera vez que me la encontré.

Mi larga búsqueda hasta el momento era infructuosa. Había recorrido ya grandes distancias a lo largo de Vaahl y Lineris, pero no había tenido suerte hasta el momento. Me encontraba por entonces en el Bosque de Cristal con mi aura suprimida, aun a sabiendas de que realmente no encontraría nada allí, sin embargo la presencia de dos auras suscitó mi interés.

Una de ellas era bien conocida. Se trataba del rey de los demonios, aunque en esta ocasión percibí que no se encontraba en su mejor momento de poder. La otra no era capaz de reconocerla, aunque bien era cierto que sin duda alguna se trataba de un vampiro.

Junto con Sebastian, que también había suprimido su aura, me acerqué tranquilamente hasta donde se encontraban. Pude ver entonces unas ruinas bien ocultas entre la maleza de cristal y dos figuras que salían de ellas. En efecto, allí se encontraba Aspicious y a su lado una vampiresa que trataba de mimetizarse. No pude contener mi carcajada, pues era evidente que su patético intento de ocultarse conmigo no funcionaba.

- Vaya, vaya, cuanto tiempo Aspicious - dije socarronamente mientras aparecía de entre la arboleda -. No sabía que ahora te juntabas con cobardes que tratan de esconder su presencia. ¿Acaso has perdido el buen gusto que tenías? - pregunté a la vez que lanzaba una honda mirada a la mujer mimetizada.

De repente escuché una sonora carcajada, y rápidamente mis sentidos se agudizaron...
El pesado olor a humedad me había impedido en un principio detectar su olor, pero ahora que ésta se estaba elevando hacia las nubes pude por fin detectarlo...
Me relamí los labios aunque su comentario despectivo fuese claramente dirigido a mí. Indudablemente se trataba de un humano... Y precisamente por eso yo era muy superior a él... Había sobrevivido a la muerte, y la experiencia de más de mil años recaía sobre mi ser...
Me contuve por un instante... De no ser porque pareciera ser amigo del demonio, le habría degollado allí mismo, por faltarle al respeto a una distinguida dama como yo. Estaba claro que aquel humano no sabía con quién se estaba metiendo... La heredera de la vampiresa original...
Iba a responderle, de no ser porque el pestilente olor de su asqueroso gato me hizo taparme la nariz. Pero en seguida la aparté de forma extremadamente natural, pues no me era necesario respirar... al tiempo que me desmimetizaba para que pudiera contemplarme, mostrándole una mirada de lo más hipnotizante a la vez que seductora...
Muchos hombres –e incluso mujeres–, habían caído en mi lazo de seducción... Para mí, la maestría en este tipo de Arte era algo que había venido desarrollando a lo largo de los siglos... Y si no utilizaba el ataque por sorpresa, desde las sombras, me ganaba la confianza de mis presas seduciéndolas hasta que las traicionaba cuando más confiadas se sintieran... Resultaba bastante excitante, todo había que decirlo... sobretodo el saborear la sangre excitada de mis víctimas antes de arrebatarles el último hálito de vida... “Es... cuando más deliciosa... sabe...”
Su aspecto siniestro me resultaba de lo más atractivo... y el sobresalir de la hoja de su guadaña, a su espalda, por lo alto de su cabeza, terminaban de dibujar esa macabra apariencia de alguien que –al igual que yo– bien podría ser un fiel siervo de Saphine...
–Veo que a pesar de vuestra juventud, vuestros modales aun son... salvajes, caballero... –Me deslicé hasta él, sin apartar aquella hipnotizante mirada de sus ojos, y extendí mi mano cual dama bien distinguida hacia el caballero–. Mi nombre es Katerina Vandzant, y... si decís que sois amigo de Aspicious aquí presente... diría que es un verdadero placer...
Mi expresión se tornó en una calculada mueca de travesura, al tiempo que mi dedo índice se deslizaba coquetamente por mis labios, sin apartar la mirada de aquel hombre... Había despertado mi ímpetu juguetón.
Desde luego, era la primera vez que me topaba con un cazador... Por no saber, desconocía hasta de su existencia, pues anteriormente a mi letargo, aun los humanos se negaban a creer en la existencia de las criaturas sobrenaturales... Y simplemente me resultaba... curioso... que tuviera una mascota de tales características.
Tenía que admitir, que no me imaginaba a un cazador así. Pues mis únicos encuentros habían sido con la Inquisición, y ellos carecían de mascota.

Ya era demasiado tarde para impedir que la vampiresa se acercara al cazador. Había cometido un grave error intentando seducir a William. Si no recordaba mal, la última vez que una vampiresa le sedujo acabó realmente mal... Lo cierto era que realmente no tenía ningún apego por Katerina, pues apenas la conocía, y por su forma de ser dudaba mucho que en algún momento lo tuviera.

Pese a ello sentí algo de lástima por la mujer, se acababa de meter en la boca del lobo y aún no lo sabía.

- Por lo que veo aún sigues vivo. Ya se sabe que mala hierba nunca muere... - comenté satíricamente - Esta vampiresa solo es una mujer algo entrometida que quiso ayudarme con cierta investigación que quería realizar - concluí taciturnamente.

Justo después dirigí a Katerina una mirada de advertencia. Sin embargo, ya poco podía hacer, seguramente sus intenciones no gustarían al cazador.

Aspicious me respondió en su línea, como solía hacer. Quizá podría tener una conversación más entretenida más adelante, y quién sabía, era posible que terminara en una interesante pelea de reencuentro...

Sin embargo aquella vampiresa impertinente se fue acercando a mí. Por experiencia sabía perfectamente qué pretendían ese tipo de mujeres. Utilizaban su espectacular y deslumbrante cuerpo para seducir a los hombres y luego hacer con ellos lo que querían... Ya había pasado una vez por eso, y no caería dos veces en la misma piedra.

En cierta medida me causaba una cierta atracción, pues la mujer era especialmente bella, pero por otro lado un asco inmundo me invadió. Mi instinto asesino comenzó a despertar. Algo me decía que aquella noche se podía tornar divertida...

Miré con sumo desprecio a la mujer y después escupí unas palabras de desaliento:

- Lo siento, hace mucho tiempo que no disfruto de la compañía de prostitutas.