El regreso del maldito(Lucius y Altaïr)

Hacer el papeleo era de las tareas más tediosas que se podían llevar a cabo en el Cielo. Pero últimamente, no había muchas otras tareas en el Cielo que requiriesen de mi atención y en la mesa de mi despacho se iban acumulando más y más papeles. La deslumbrante luz de la bella Acrisea penetraba por los altos ventanales de la estancia, al igual que el resto del templo, con altas y anchas columnas de arte jónico, con una brillante decoración tallada en un mármol del color del marfil que sólo se podía hallar en el Cielo, que asimismo reflejaba la luz del sol, dotando al lugar de una luminosidad si cabía mayor.

Acostumbraba a llevar el aura suprimida, así de manera inconsciente podría saber quien caminaba por el templo o por el mismo Cielo desde sus puertas hasta sus fronteras. El aura, bien entrenada, podía resultar el mejor elemento para la percepción. Resultaba muy curioso, porque cada aura era un mundo completamente diferente en matices que las hacían ser únicas por separado, con lo cual a través de ella se podían averiguar muchas más cosas que la afinidad y la raza, pues el aura era un reflejo del propio alma.

Ya le había percibido, al nuevo ángel y a su pegaso, al momento de cruzar las puertas del Cielo, por lo que rápidamente ascendí mi aura al nivel de un común y la hice vibrar entre común y maestro de manera que mis queridas ángeles de confianza recibieran el mensaje y lo dispusieran todo para su llegada. Las tenía muy bien entrenadas.

Me levanté del sillón de piel marbleada, alzándome cuán alto era. Hasta ahora, no había encontrado a nadie que me hubiera superado en altura, pero ya estaba acostumbrado a no tener que mirar hacia arriba, sino habitualmente hacia abajo para dirigirme a alguien mirándole directamente a los ojos. Mi largo cabello dorado caía con gracia sobre los hombros de una larga túnica del color del marfil, con largas y anchas mangas, y un largo escote de pico, que bien podría haber sido que no me hubiera abrochado los botones por encima del esternón. La túnica llegaba un poco por debajo de las rodillas, como si fuera una camisola larga, con corte algo más de chaqueta, e igualmente se entreabría por abajo, un poco por encima de las rodillas. Mis piernas se quedaban al aire, pues en el Cielo, la calidez era tal, que se estaba a gusto y sin pasar calor ni frío con lo mínimo; y en los pies llevaba unas sandalias estilo griegas cuyas tiras de piel marrón se entrelazaban armoniosamente por el gemelo. No se veía porque la túnica lo tapaba, pero llevaba unos pantalones cortos bajo ella, tejidos en un material a juego que andaba a caballo entre el lino y la seda, quedando holgado, pero adhiriéndose perfectamente a la piel en las partes en que estaba sujeto, como por ejemplo, a la cintura, con un cinturón de un material tan flexible y resistente como el mithril, pero un colorido intermedio entre el oro y la plata.

Mis pasos resonaban al caminar por el pasillo, pero no tardé en llegar a la entrada principal del templo, pues mi despacho no estaba muy lejos de allí. Mi mirada en seguida detectó a los dos recién llegados. Observé al muchacho con mi atenta mirada azul-eléctrica, transmitía tranquilidad, una paz infinita, e iba acompañada de una sonrisa encantadora. La presencia que emanaba mi ser era algo que no podía evitar, e incluso llevando el aura suprimida no podía pasar desapercibido.

- ¡Bienvenidos! -Anuncié al tiempo que comenzaba a descender las escaleras hacia ellos con suma elegancia y buen porte. Mi voz sonó suave y acogedora, aunque todo lo grave que se pudiera esperar de un hombre de mis características-. Mi nombre es Lucius Júpiter, Soberano del Cielo.

Mis pupilas se tornaron un instante como las de un felino, alargadas. Era el efecto que causaba en mis ojos la Buena Visión, que me permitía ver detalles que la visión normal no me mostraba. No podía ver como los rayos X, pero sí que era una especie de teleobjetivo u ojo de pez que me permitía escanear los detalles que otros no apreciaban. Nada solía escaparse a mi Buena Visión.

Extendí mi mano izquierda hacia él, grande y cálida, para darle mi recibimiento de manera más personal, sin apartar la mirada de sus ojos, que aunque se encontraran ocultos tras la sombra de su capucha, sabía perfectamente dónde se encontraban.

Apenas imperceptiblemente, había aparecido una ángel tras las columnas del paseo que guiaba hacia las puertas del Cielo, rodeada de canalizaciones de agua bendita. Ésta tenía la piel ligeramente broceada, unos largos cabellos flameantes rojos como el fuego y unos exóticos y rasgados ojos caobas. No se podía apreciar porque se medio ocultaba entre las columnas, pero era muy hermosa. Nos observaba desde allí, aparentemente tímida aunque curiosa, como si no deseara interrumpir.

- No tenéis muy buen aspecto -Sentencié, con solemnidad y preocupación-. Si me permitís, podríamos ofreceros la atención y los cuidados que ambos necesitáis.

Le observé con la misma atención, posando ahora mi mano izquierda sobre su hombro. Fue algo instantáneo, pero noté como una especie de calambre al contacto que me hizo desviar la mirada hacia dicho punto por un momento. No estaba del todo seguro de que hubiera sido algo casual, pero devolví la mirada de nuevo a los ojos del joven, aparentando esa casualidad.

FDI: Perdona que te desvirtúe la firma, Altair, pero no la tienes puesta correctamente.

Cita de las Normas:

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- Mucho tiempo ha que no escucho esos nombres. Bienvenido seas al reino de los Cielos, Altaïr, hijo de Ibn-La'Ahad. Sin duda, tu hogar -Comenté con calidez tras escucharle todo lo que tenía que decir, y quitándole importancia a sus disculpas con una sonrisa.

Fue en ese momento cuando me di cuenta de la presencia de la ángel observadora, o más bien lo fingí, pues yo mismo la había hecho venir a recibir al recién llegado, aunque hubiese centrado anteriormente mi atención en él.

- ¡Oh, Mera, estabais ahí! -Exclamé, llamándole la atención-. Por favor, acercaos.

La bella ángel se acercó obedientemente hacia nosotros, sin mostrarse tímida en absoluto, pues más bien parecía todo lo contrario.

- Por favor, acompaña a White a los establos. Aséalo y ponle algo de comer.

La ángel de cabellos flameantes asintió en respuesta y se acercó al pegaso por el lado izquierdo del animal, con total confianza. Y en un gesto suave, colocó su mano izquierda bajo el hocico del corcel para que pudiera olerla, al tiempo que posaba la derecha en su cuello y aproximaba su rostro de perfil al mismo susurrándole unas palabras para infundirle confianza al mitológico animal. Aquella era la manera adecuada de acercarse a un équido sin que se asustara, ella parecía muy bien cómo debía tratarlo.

- Vos podéis venir conmigo, Altaïr. Os acompañaré a un aposento del Templo en el que podáis descansar, que a partir de ahora será para vos.

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FDI: Dado que White es un PNJ tuyo, me espero a que postees su reacción (o incluso la tuya, si no te pareciera bien xD) antes de que Mera se lo lleve.

Tras observar cómo Mera se alejaba con White hacia los establos, no pude evitar reír abiertamente al escuchar el comentario de Altaïr, que me sonó de lo más inocente.

- No hay para qué recompensar nada. El Cielo es el hogar de los ángeles, no es para menos, hermano -Le dije con una amplia aunque acogedora sonrisa-. Y no os preocupéis, vuestro pegaso está en las mejores manos. Mera no es muy habladora, pero tiene un don especial con los animales. Es capaz de comprender lo que les suceda con sólo una mirada. Y con simples gestos comunicarse con ellos.

Hice un pequeño gesto de invitación con la mano para que me acompañara.

- Y, por favor, podéis llamarme Lucius -Dije comenzando a caminar, ascendiendo las escaleras, para guiarle hacia sus aposentos-. El Cielo atraviesa ahora un momento de calma, pero no debemos dormirnos en los laureles. Nunca se sabe cuando podría haber una crisis o algún otro reino nos declarase la guerra, y hay que estar preparados.

Entramos hacia el interior del templo, donde el mármol blanco reflejaba la luz con la que nos sonreía la bella Acrisea, dotando a los amplios pasillos con altas y gruesas columnas de arte jónico de una colosal luminosidad.

- Altaïr, ¿puedo preguntaros con quién os habéis batido en duelo para haberos presentado con ese aspecto tan desmejorado? -Le observé de soslayo sin detener el paso mientras le guiaba por los pasillos, aunque con cierta curiosidad pero lleno de calma.

Mis pupilas se dilataron exageradamente al escuchar su declaración. Realmente no me esperaba que alguien tan apocado como él hubiese dado muerte precisamente a un cazador. Me planteaba cómo habría sido aquél Cazador para que Altaïr hubiera sido capaz de derrotarle, a él y a su mascota, porque hasta donde había oído, los cazadores tenían un compañero animal capaz de igualar en rango a cualquier otra criatura...

Realicé el resto del camino en silencio, sopesando los pros y los contras de aquello que me acababa de confesar. Me detuve ante una de las puertas, posando mi mano izquierda sobre el mentón, apoyando dicho codo sobre la derecha, que reposaba ahora cruzando mi pecho de lado a lado.

- Imagino que habrá supuesto un trauma para ti... -Dije al tiempo que abría la puerta y le cedía el paso, para entrar justo después de él-. Pero no te preocupes, aquí no vamos a juzgarte. Los cazadores tienen una naturaleza violenta y asesina, y si te has topado con uno sólo de ellos debes estar orgulloso de estar vivo para contarlo...

La habitación se trataba de un aposento, espacioso y luminoso. Un alto dosel de marfil y retoques dorados con faldón de una tela de lino blanca y traslúcida, adornaba la cama a un lado de la sala, vestida con sábanas de seda del color del marfil y una fina colcha sobre los pies de la misma, hecha de un material plumoso que daba la impresión de ser muy gustoso y calentito.

Al otro lado de la sala, había una mesa cuadrada del mismo estilo que el dosel de la cama, con cuatro sillas al rededor a juego, ocupando cada uno de los lados de la mesa. Un armario del mismo estilo entre la puerta y la mesa, pegado a la pared, y un tocador con vestidor en la esquina opuesta, junto a la ventana. Sin olvidarnos de la majestuosa chimenea que quedaba frente a la mesa, en el lado opuesto a los ventanales y a continuación del armario.

Me acerqué hacia la mesa y me apoyé aún pensativo en una de las sillas, para después darme la vuelta y volver a observar a Altaïr bajo su capucha. Después me acerqué decidido a él.

- Aquí no tienes porqué ocultarte. Éste es tu hog... -Me silencié de golpe y quedé por un instante, de nuevo sorprendido ante lo que veían mis ojos.

En un gesto amable y gentil, había ido a retirarle la capucha, pero lo que me encontré bajo ella me impresionó bastante y a la vez me dio una insaciable curiosidad médica.

- Altaïr... -Murmuré, apenas en un susurro de aliento contenido. Pero lejos de alejarme, contra todo pronóstico, permanecí en aquella posición, no sintiéndome arrepentido de ello como pudiera haber podido parecer. Y demostré una preocupación que se vio reflejada en mis ojos azul-eléctrico, haciéndolos parecer más cristalinos si cabía debido a la oportuna humedad que los envolvió-. ¿Qué...?

Quise tocar sus tatuajes, o lo que fueran, pero no se quedó más que en un ademán, un ligero roce apenas imperceptible y retiré la mano izquierda.

- Si no te molesta, me gustaría saber lo que son... -Ahora comprendía lo que me había sucedido al tocarle el hombro en las escaleras de entrada al Templo. Alguna clase de fuerza sobrenatural lo sobrecogía-. Y te preguntarás por qué -Dije ahora con total soltura y atreviéndome a tutearle-. Pues, verás Altaïr, soy médico y una vez conocí a una vampiresa que tenía una maldición... Era también como un tatuaje, y habitualmente no se le veía porque sólo le ocupaba una pequeña parte de su cuerpo. Pero la oscuridad que albergaba era parte de la esencia de la diosa oscura Khalia, y cada vez que era sometida a una cantidad desmesurada de oscuridad, se liberaba el sello que la retenía y era poseída por su espíritu... causando unos estragos que no puedes llegar a imaginar...

Hice una pequeña pausa y miré hacia la ventana. El cielo comenzaba a teñirse de un tono rojizo al ser abandonado por el abrazo de la bella Acrisea.

- Aquel sello le permitía vivir y ser la gran maravillosa persona que era... Nunca antes he conocido a un ser de oscuridad que albergara tanta luz en su corazón. Y aun así, tenía este pequeño inconveniente... -Mis ojos se habían humedecido, era muy cierto que la extrañaba. Ella había sido mi primera amiga desde que regresé tras mi exilio del Cielo, y ahora había dejado de tener noticias de ella... Me preocupaba lo que pudiera haberle sucedido-. Ella era la reina de los vampiros, la gran Luccie Hyuga. Una de las mujeres más íntegras e inteligentes que he conocido...

Estuve a punto de derramar una lágrima, pero estuve rápido de reflejos y reforcé mi control elemental para evitar que las emociones siguieran aflorando.

Tras haberle dicho aquello el rey ángel no volvió a decir alguna palabra. Por una parte se esperaba que pasará nada por ello siguió en silencio hasta llegar hasta una puerta. Allí ambos se pararón mientras Altaïr esperaba a que abriera la puerta pero entonces de los labios de Lucius volvieron a salir nuevas palabras por lo que le escuchó mirandole con sus ojos grises.

Asintió ante las palabras de Lucius aunque la verdad él no estaba para nada traumado. Era un guerrero de los cielos o así lo habían instruido. Quizás si no fuera por su maldición sintiera remordimientos o estaría traumado por lo que había hecho. Por aquello volvió a bajar la cabeza mientras pensaba en aquello hasta que escuchó que la puerta se abría.

Pasó primero que el rey mientras miraba todo fascinado. Era una gran habitación y hacía muchisimo que no dormía en una comoda cama y aquella tenía pinta de ser una gran cama para su descanso. Sus ojos se posaron después en el armario, solo tenía las ropas que tenía puestas y otro traje que solía llevar en su equipaje colgado de White, quizás tendría que pedir mas ropas.

Antes de que pudiera hacer nada su capucha fue retirada de su rostro tras que Lucius dijera que no hacía falta que se ocultara. Las palabras de Júpiter se cortaron al ver los tatuajes que tenía en su cuello y que iba para abajo seguidamente. Fue a ponerse la capucha de nuevo pero sabía que era tarde y lo miró de frente esèrando su reacción.

Su mano intento tocar uno de sus tatuaje de ojigris pero solo fue un roce por que el maestro intentó que no fuera a mas retirandose un poco. Ahora pasaría lo de siempre, rechazo miradas diferentes y de bicho raro como siempre. Pero fue entonces cuando Lucius dijo que era médico y que había conocido otro caso similar. Pero lo suyo no era un simple tatuaje.

Se fue hacia la puerta y la cerró con llave, observó que las ventanas estaban con cortinas que no dejarían ver el interior de la habitación. Fue entonces cuando quito su espada de su cintura y el cinturón que solía llevar para así poderse quitar la túnica y la camisa dejandola en la cama. Se quedó en pantalones pues tambien se había quitado los guantes.

Entonces así mostro su buen trabajado torsó desnudo que estaba cubierto por tatuajes trivales y uno que parecía ser el principal cerca de su hombro no muy lejos de su pectoral con forma de aguila tribal. Entonces miró a Lucius suspirando mirandole con sus ojos grises mientras se acercaba a Lucius un poco más.

-Esta es mi maldición, mi cuerpo esta cubierto por este tipo de tatuajes o marcas desde que tengo uso de razón, asi que te puedes imaginar que aqui no acaban estos tatuajes. Los únicos que saben esto era mi padre y el demonio y brujo que me lo hizo, los dos ultimos creo que estan muertos y bueno ahora tu-comento Altaïr para despues darse la espalda donde tambien se podía ver que tambien por ahi seguía los tatuajes del ángel.

off: te pongo unas imagenes para que sepas mas o menos como son los tatuajes eso si, como ya sabes los tiene por todo el cuerpo

Spoiler:

Observé con cierto desconcierto cómo Altaïr cerraba la puerta con llave. "¿Qué pretenderá hacer?" Me preguntaba, pues no esperaba una reacción como aquella. Mucho menos lo que vino después, cuando el maestro comenzó a desnudarse...

- A- Altaïr... No... No es necesario... -Traté de decir, para detenerle.

No era lo que había buscado... Acababa de conocerle, además yo estaba prometido con la bella Amy. No quería que sucediera como con Demian, mucho menos siendo él uno de los ángeles de mi séquito. "Vístete, ¡te lo ruego!" El chico tenía muy buen cuerpo, eso tenía que admitirlo, aunque tratase de no mirarlo... Había comenzado a ponerme nervioso y tuve que reforzar mi control elemental para no ruborizarme y evitar así que Altaïr se diera cuenta...

Entonces comenzó a hablarme, contándome aquello que le sucedía por culpa de aquellos tatuajes. Mi semblante rápidamente se relajó, aliviado, y pude volver a mirarle sin pudor, esta vez a los ojos, o a donde creía que estarían al encontrarse de espaldas a mí. Ahora lo comprendía...

- Comprendo... -Respondí en un principio, con suavidad, tras reponerme. Después, con la misma resolución y jovialidad que había demostrado al principio, volví a sonreír de manera encantadora y reconfortante, acercándome nuevamente al ángel, colocándome delante de él, para posar mi gran mano izquierda sobre su hombro con suavidad-. Y como ya te he dicho antes, aquí no tienes por qué ocultarte ni sentirte avergonzado de tu condición. Nadie va a juzgarte. Eres uno más de nosotros. Tu aspecto no va a definir quién eres, pero sí tus actos y tus palabras.

Aparté la mano de su hombro, pues había notado que aquello le incomodase, aunque toda mi intención había sido la de infundirle la confianza que necesitaba para que fuese perdiendo ese miedo al contacto.

- Y me enfadaré mucho si te veo esconderte, ¿eh? -Dije eso último poniéndole un toque de mi buen humor, a ver si conseguía robarle una sonrisa, aunque fuera.

Hice una pausa para tomar aire antes de responderle, tornando mi semblante más serio, si cabía.

- No seré yo quien te compela a hacer algo que no desees -Mi tono de voz sonó solemne-. No obstante, aquí en el Cielo no es necesario que ocultes tu rostro tras la capucha.

Mis pupilas se afilaron en un instante al detectar un rasguño a la altura de la boca del estómago. Rápidamente me puse a su altura y arrodillé ligeramente para examinar más de cerca la herida y sus cercanías con mi analítica mirada felina. Más que un rasguño, pareciera un hematoma causado al haber sido duramente golpeado por un proyectil, que debiera haber atravesado su ropa y ahora seguramente presentar un aspecto mucho más traumático...

Rápidamente volví a incorporarme y me acerqué hacia la cama, tomando con mi mano izquierda el cinturón que portaba la vaina de su espada. Al examinarlo descubrí los residuos de oscuridad...

- Parece que el cinturón te ha salvado la vida... -Comenté al tiempo que de mi mano surgía un haz de luz que no tardó en disipar la oscuridad cuyo residuo aún permanecía en el cinturón. Después me volví nuevamente hacia Altaïr y del mismo modo aproximé mi mano izquierda hacia el dramático moratón-. Relájate, no te haré daño... -Susurré con suavidad al notar la tensión muscular que le ocasionaba mi cercanía-. Cuanto más tenso estés, más tardaré...

Mi mano no llegó si quiera a rozar su piel, no hacía falta. Sin embargo, Altaïr pronto notaría los efectos de la cura mediante mi control elemental que le estaba haciendo. Estaba influyendo sobre las moléculas de agua de su cuerpo, favoreciendo la regeneración más rápida de células, tejidos y plaquetas del flujo sanguíneo hacia la zona afectada, mientras con la otra mano, con un nuevo haz de luz, purificaba la herida de cualquier residuo de oscuridad que pudiera haberle afectado.

En realidad, una maldición podía ser sanada con luz, tanto elemental como mágica. El problema residía en la complejidad de la maldición y de lo poderoso que fuera el que la aplicó en un principio, por lo que el proceso de reversión resultaba sino menos costoso. Un Rey como yo no tendría mayores problemas en revertir la maldición de un Brujo de Rango inferior, la cosa se complicaba si se tratase de un Rey o incluso una criatura mucho más poderosa que un Rey. Pero ya averiguaría más detalles significativos sobre la maldición de Altaïr. Si era como la de mi querida amiga Luccie, poco podría hacer por él, ya que en el caso de ella, la maldición había sido la condena de una diosa...

Al terminar la curación, volví a retirarme y me aproximé hacia la puerta, volviendo a girar la llave para abrirla. En cuanto la abrí, una bella ángel de largos cabellos castaños y unos intensos ojos color ámbar, entró a la habitación portando una bandeja de plata que dejó sobre la mesa y después se retiró realizando una pequeña inclinación de cortesía en silencio, primero hacia Altaïr y después hacia mí, justo antes de salir, sin expresar sorpresa alguna al encontrar al maestro desnudo de cintura para arriba.

En la bandeja había una jarra de agua, un zumo de naranja y un plato con una apetitosa comida caliente cuyo delicioso aroma hizo rugir al estómago de más de uno. Carraspeé con elegancia.

- Te dejo descansar, Altaïr -Dije, dirigiéndome a él una vez más-. Puedes ir a buscarme en cuanto te encuentres mejor, si lo deseas. O darte un paseo por el Templo y sus alrededores con total libertad.

Le dediqué una cálida sonrisa amistosa y abandoné la habitación cerrando la puerta tras de mí.