Nevada guarida.

Sobrevolaba las altas Cordilleras de la Desesperación, en busca de algún lugar inhabitado y desierto de todo ser. Al fin y al cabo, la soledad siempre había sido mi eterna compañera, y qué mejor que el aislamiento para tratar de sumirme en lo más profundo de mis recuerdos.

El céfiro soplaba iracundo, estrellando contra mi piel delicados cristales diminutos creados por la gelidez de las temperaturas allí en lo alto.

Una de las rocosas montañas parecía haber perdido parte de una de sus paredes, quedando algunos grandes pedruscos amontonados formando una especie de pedregosa guarida.

Descendí hasta aquél lugar y tras haber comprobado que estaba desierto, me introduje en la guarida y me recosté sobre la mullida nieve, que se introducía en mi refugio a causa de la ventisca.

El frío entrecortaba mi respiración, pero lejos de ser algo desabradable, causaba una sensación de placer en mí. Cerré los ojos, y me introduje en mis recuerdos, sin intención de salir de ellos en un tiempo…

No sabia en que momento se me había ocurrido ir allí. Aun que mi gran pelaje me resguardaba bastante bien al frio, simplemente no me gustaba. vi unas huellas en la blanda nieve. Devía de haber alguien cerca y me preocupaba que fuera algun humano desvalido o lo suficientemente idiota como para adentrarse en ese lugar. Seguí las huellas hasta que me llevaron a una especie de cueva, era lo suficientemente ancha y grande como para que pudiera cabaer yo. Pero justo antes de entrar, vi a una chica sentada en la nieve, al olisquearla pude notar que realmente no era humana del todo-hola,¿te importa?-dije con una voz ronca aun que visiblemente femenina, ya que al estar combertida tampoco era demasiado bonita. Mis ojos azul y marron se clavaron en ella, pidiendola permiso.

Una voz femenina me sobresaltó repentinamente y me extrajo de lo más profundo de mis recuerdos. Me incorporé rápidamente y alzando la vista pude ver una licántropa en la entrada de la guarida. Licántropos… No era una raza con la que jamás hubiera tenido contacto, y me resultaba inquietante. Opté por darle un cauto voto de confianza.

- Claro, entra, debes estar congelada por esta ventisca. Resguárdate hasta que aminore un poco y podamos salir.

Recorrí con la mirada su cuerpo y su pelaje, cabía reconocer que parecía suave al tacto.

´Me dejó entrar, asi que pasé rapidamente hasta quedar un poco lejos de lo que era la entrada, la notaba algo reticente a tenerme allí, quizas era por mi transformacion. Me transformé de nuevo en humana, para amenizar las cosas-Disculpa que haya aparecido tan derrepente, pero la ventisca me sorprendió-me tapé con la capa que llevaba en una mochila-soy Hanako Megurine-

Observé atenta su transformación, era algo totalmente digno de ver. Una vez se hubo convertido, recorrí su forma humana con la mirada, la verdad es que era guapa.

- Encantada de conocerte, Hanako. ¿Puedo llamarte sólo por tu nombre? – pregunté, levantándome y adentrándome más en la guarida para que aquella licántropa pudiera adentrarse y protegerse mejor de la gélida ventisca. – Ven, creo que aquí estarás mejor…

Me frote las manos adentrandome en la cueva junto a ella-claro, claro, no te cortes-la volví a mirar, era extraña, parecía triste y decaida, sacudí un poco la cabeza-no esperaba encontrarme a nadie aqui, fué una sorpresa, menos mal que pude olfatearte, sino no hubiera encontrado este lugar tan acojedor-miré las paredes de la cueva, comparado con lo de fuera, este sitio era acojedor.

La observé mientras hablaba. Parecía ser amigable y honesta.

- Me alegro de que hayas podido encontrar este lugar. Hanako… sobre tu transformación, ¿es dolorosa? – pregunté atrevidamente sin pensarlo dos veces, pues la curiosidad podía conmigo. – Perdona si he sido descortés con mi pregunta…


Dibujé una sonrisa torcida en mi rostro. Traté de evitar parecer seria o afligida, pues no eran las mejores armas para hacer amistades con desconocidos o evitar preguntas irritantes.