† Retazos de un hogar olvidado †

Volando llegué de nuevo a las tierras que me vieron despertar. Sobrevolé de nuevo el lugar donde debía estar la mansión que un día fue mi hogar... de mi creadora y de mi clan. Quizá no lo había visto bien y algo me había pasado por alto, porque lo cierto es que seguía ahí, intacta. ¿Acaso era un espejismo provocado por mis recuerdos?

Me acerqué a comprobarlo. Ascendí por las escaleras de la entrada y me detuve ante la puerta sintiendo un profundo respeto. Lentamente, acerqué mi mano hacia el muro que me separaba del interior. El frío tacto de sus paredes me sorprendió. Era real...

Entonces, caí en la cuenta... Había olvidado que una vez mi creadora me explicó que una bruja muy poderosa utilizó su magia para ocultar la mansión de ojos ajenos y sólo quien había sido invitado a conocerla podía realmente verla...

Entonces, lentamente me giré hacia la puerta y la abrí con suavidad, tratándola como si se tratase de un preciado tesoro.

Me sobrecogió un enorme sentimiento de añoranza cuando crucé las puertas y mi mirada se topó con el hall de la mansión. Seguía igual que lo recordaba, impecable, intacto... con las escaleras frente a mí, dividiéndose como los brazos que te ofrecen un cálido abrazo hacia los lados... dándome una cálida bienvenida.

Decidí entonces recorrer la casa. No estaba segura de que pudiera encontrar a alguien, pero no iba a desperdiciar la oportunidad de averiguarlo.

El hall tenía varias puertas a elegir, unas de doble hoja a cada lado, dos pequeñas bajo los brazos de la escalera y la puerta que hacía un momento acababa de cruzar. Elegí la de la derecha, la que daba al salón.

Una amplia sala ocupaba gran parte de aquel ala de la mansión. Dos sofás –el uno frente al otro–, separados por una bajita y alargada mesa de mármol que se encontraba sobre una cara alfombra persa a juego, recibía las puertas. Frente a las cuales, al otro lado de la sala, había una gran chimenea en la que perfectamente podían caber varias personas de pie. No pude evitar imaginarme el fuego ardiendo en su base.

Los recuerdos me abofetearon al ver que todo estaba dispuesto igual. Me imaginé a mis hermanos jugando en el sofá con sus presas del día... Aprendí de ellos y no de mi creadora el arte de la seducción y de cómo se convertía en un ritual atraer a la presa al lecho para disfrutar de ella en su totalidad. Quería volver a hacerlo... Ahora disponía de toda la casa para mí sola. Y aunque muchas veces el ritual se realizase delante de los demás, sin pudor alguno, no me importaba, pues lo añoraba.

Sobre la repisa de la chimenea había una gran pintura, con la imagen de mi creadora, la niña más sabia que había conocido en toda mi existencia. Mantenía una pose seria, con una mirada profunda, enigmática y al mismo tiempo traviesa. Incluso siendo una pintura, era capaz de atrapar tu mirada y sumergirte en un océano de dogmatismo, algo que con frecuencia solía suceder cuando ella estaba aquí.

Aparté la mirada del cuadro, la idea de que ya no estuviera aquí me resultaba todavía muy difícil de acostumbrarme a ella. Se sentía muy vacía sin ella... con su sola presencia era capaz de llenarla entera.

Pero aparté esos sentimientos, ahora no podía dejar que me invadiesen el pensamiento.

A la izquierda de la sala, tras el sofá y al fondo, había un largo mueble mini-bar con toda clase de licores y copas de diferentes clases de un fino cristal que cortaba sólo con mirarlo. Sin pensármelo, me acerqué a él y me serví una copa del mejor añejo, y tras saborearlo, crucé la sala hacia el otro lado, hacia las ventanas, pasando junto a la alargada mesa de roble tras el segundo sofá, rodeada de numerables sillas acolchadas con la misma tapicería del sofá y la estructura de la misma madera de la mesa. Estaba a punto de amanecer y deseaba ver el sol ascender por el horizonte.

No, no estaba loca. Los grandes paneles a cuadros de los ventanales habían sido creados con una aleación de cristal templado que filtraba los rayos ultravioleta dejando pasar la luz al interior.

La verdad es que no sabía quien había construido la mansión en su día, pero era un genio.

Me agarré a los largos cortinajes, a juego con la tapicería de los sofás, mientras observaba, conmovida, a través de los cristales el nacimiento de un nuevo día...

Había olvidado lo que era ver el sol, aunque fuese a través de un filtro, pero al menos lo podía ver.

Suspiré y me terminé el licor de un trago, dejando el vaso sobre la mesa, en mi paso de nuevo hacia el hall.

Me detuve al salir de nuevo al hall y eché una mirada a las puertas y la escalera. Sopesé las posibilidades. Sabía que la puerta de doble hoja de enfrente daba a las cocinas. Y las puertas bajo las escaleras daban una a la biblioteca y la otra a la sinuosa escalera de caracol que llevaba a los sótanos de la mansión, y los pasillos que conducían a las distintas habitaciones privadas, tales como despachos. Y sinceramente en aquél momento deseaba subir a mis aposentos, el cansancio de toda una noche danzando comenzaba a hacer mella en mi persona, necesitaba descansar un rato...

Subí entonces por las escaleras, hacia el ala izquierdo de la mansión. Ambos brazos de la escalera desembocaban en el mismo ancho pasillo, pero mi habitación estaba hacia el lado, ahora derecho.

En realidad, la mansión era un edificio cuadrado construido en torno a un patio central –aunque la fachada a simple vista indicase que se trataba de un edificio rectangular del cual hubiese terminado de conocer la planta baja casi en su totalidad, pero en realidad todavía había muchos recovecos que desconocía–, y el pasillo de la planta superior recorría todo el espacio. No había sólo dormitorios en aquella planta, había muchas más habitaciones.

No sentía ningún aura y tampoco percibía olor alguno fuera de lo normal. Si había alguien escondido allí, desde luego sabría ocultar su presencia mucho mejor de lo que esperaba.

Giré el pomo de la puerta de mi habitación. Estaba igual que la recordaba, nada había cambiado tampoco. Me acerqué a la ventana para echar las oscuras cortinas, de un terciopelo rojo como la sangre y los acabados en dorado. La visión se me acostumbró rápidamente a la oscuridad. Completamente a oscuras, me despojé del vestido y lo colgué en el armario. Después, abrí la cama y me metí bajo las sábanas de seda, completamente desnuda, y es que estaba acostumbrada a dormir así, me sentía más cómoda.

El tacto de la seda me estremeció en un principio al acariciar mi piel, pero estaba tan cansada que no di demasiadas vueltas en la cama, abrazada por las sábanas. Y no tardé mucho tiempo más en sumirme en un profundo sueño...