(Misión) Misterios primigenios

- Estos perros nunca aprenden - comenté con una sonrisa picarona.

En esta ocasión estaba siendo acorralado por los numerosos perros, por lo que no quedaba más remedio que entablar un combate si quería apoderarme de los tesoros. Me dirigí velozmente hacia el centro de la sala, a unos pocos metros de la columna central, intentando que no aprisionaran contra las paredes. Desplegué por completo mis alas y aumenté mi aura al menos a la mitad de su poder. Así mismo a mi alrededor se empezó a mover una pequeña brisa muy tenue, imperceptible para el resto de seres, pero que sería la preparación de mi ataque. Después esperé pacientemente a que realizaran el más mínimo movimiento en mi contra, yo ya estaba en guardia y preparado para reaccionar en el momento preciso.

La marea de sabuesos se cerró entorno a ti, curiosamente no caian a no ser que ese fuese su deseo, podian permanecer suspendidos en el aire. Una esfera de sabuesos te rodeaba y más seguian llegando por las esquinas de la sala. La primera oleada se lanzó hacia ti con sus enormes fauces abiertas y sus garras preparadas.

Solté una carcajada de diversión, aquel simple ataque era justo lo que estaba esperando. De pronto la pequeña corriente que estaba a mis pies se amplificó para dar paso a una potentísima ráfaga de aire con forma radial, que golpeó violentamente a los sabuesos que intentaban atacarme. El resultado fue que dichos perros se estamparon contra las paredes y esquinas.

Sin perder un instante, tomé el pergamino del pedestal antes de que se acercara la segunda oleada. Lo guardé en el cinto y me puse en la misma guardia que la anterior.

Los sabuesos continuaban saliendo, como una marea imparable. Cada una de las esquinas, una puerta. No paraban de lanzarse sobre ti, colmillos y zarpas preparados para desgarrar.

Ya solo me quedaba abrir el cofre, pero la cantidad de sabuesos que aparecían era descomunal. En tal caso debía utilizar todo mi potencial si quería salir vivo de allí. Me concentré y formé un potente tornado a mi alrededor, a modo de escudo. La potencia del viento mandaba a los sabuesos lejos de mí. Sin embargo mantuve mi espada en alto por si alguno de ellos conseguía atravesar la barrera.

Me acerqué cautelosamente al cofre destruído y abrí un pequeño orificio en el tornado para examinar lo que allí se encontraba.

Los sabuesos se mantuvieron alejados de tu remolino y pudiste acercarte al cofre. En el suelo frente a ti se encontraba una guadaña con curiosos motivos que recordaban a los de un pequeño dragón. Inmediatamente comenzaste a escuchar una voz que parecia no salir de ninguna parte pero que sin embargo reberveraba en la sala.
-Eh, ¡tu! ¡El diablillo de ahi! Gracias al cielo, creia que nunca conseguiria salir de ahi.
Cuando la voz terminó de hablar los sabuesos comenzaron a salir de las esquinas formada por el cofre, dentro del remolino, y se lanzaron a por ti sin dudar.