OFF Viene de este tema (Aunque todavía no, es para ir adelantando)
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Tras vestir mis ropajes para poder acudir a la batalla que nos esperaría, habíamos decidido dejar el Cielo a través de la puerta de las Costas del Atardecer, ya que era la más cercana a las Llanuras. Al contrario de lo que indicaba el nombre de aquella playa, estaba amaneciendo, y se podía observar el sol, esparciendo sus tímidos rayos por la casi infinita lecho de arena que se extendía majestuoso frente a las olas que, calmadas, morían ante las extensiones de arena.
Estaba yo sola frente al sol, tras traspasar las puertas celestiales que estaba a mi espalda. Una luz incandescente cubría mi imagen por ambos lados, y apenas podía vérseme bien. Era como si estuviera dándome un baño de luz...Luz celestial.
Avancé unos pasos, y el roce de las placas y la cota de malla producía un ligero rechineo característico de los caballeros armados. Tras avanzar unos pasos y dejar la fina manta de arena tras de mí, llegando a una extensión de una verde y fina hierba, me detuve, sosteniendo el arco que colgaba de mis hombros con una mano.
Llevaba la corona vegetal con la pluma en la cabeza, estando la pluma en vertical. Era una especie de creencia, un amuleto, algo irracional. Pero confiaba en algo nimio como eso.
Murmuré unas palabras, como si se las dirigiera al sol y a algún ente, cuya incorporeidad se hacía patente.
Ayúdame...en esta tarea...No permitas que el mal invada nuestro mundo, Samasha...Debe prevalecer el amor...el cariño y la paz...Me di la vuelta, quedándome frente a las Puertas del Cielo. Ya una pequeña escuadra de Soldados Ángeles había salido de allí, de diversas etnias, colores y sexos. Pronto avanzaríamos en busca de nuetra reunión con Lucius, Ceres, y esperaba que pudiera ver también a la Reina Luccie, su marido Walter, su dama de confianza Angeline, y...posiblemente a Caeli, cuyas noticias parecían haberla hecho desaparecer de la faz de Yggdrasil.
EDIT:
Los ángeles fueron saliendo poco a poco del Portal Celestial, hasta que, tras unos minutos bastante largos, salió el contingente completo de allí.
Iba a la cabeza de la marcha, caminando, pues no todos los ángeles sabían y/o tenían la capacidad de volar. Debíamos ir a pie, con todo lo que aquello significaba. Unos ángeles alados venían montados sobre pegasos, llevando consigo unos carromatos cargados de víveres y municiones, además del equipo necesario para nuestro descanso.
Poco a poco fuimos avanzando hacia las Llanuras Celestes, pasando las horas, ocultándose el sol poco a poco tras el horizonte en el mar. Continuamos durante lo que pareció un par de horas más, hasta que finalmente decidimos apostarnos junto al lago, lago de leyendas como la del hacha de oro, en el claro de un bosquecillo que rodeaba parte del lago.