El viaje [Philip y Akari]

Finalmente allí nos encontrábamos, en la cubierta del Marea Fantasmal, uno de los navíos de transporte más impresionantes del imperio áster. La brisa marina azotaba mi cabello a la vez que el barco se mecía pausadamente sobre las tranquilas olas del océano. La tripulación estaba compuesta por diez guerreros de élite áster, veinte curtidos marineros y mi arconte Akari y yo.

Después de tantos preparativos había llegado el momento de visitar de una vez por todas Vaahl. El viaje podía ser peligroso, y esa era la razón por la que nos encontrábamos escoltados por los guerreros. En cierto modo no terminaba de estar totalmente tranquilo. Aquellas regiones eran desconocidas, y no sabíamos que podríamos encontrar.

Me encontraba sobre el mástil de la proa del barco, firme e impasible, como si tratara de desafiar a la tempestad. Con mi amplia mirada ambarina, carente de emociones, fija en el horizonte, observaba curiosa y atenta a todo lo que el océano pudiera acaecernos.

El viento mecía mis largos cabellos plateados, a pesar de que pareciera hallarse en calma. Nos hallábamos en territorio hostil, peligroso, mi cometido era el de procurarnos llegar sanos y salvos al nuevo continente, costara lo que costase.

Tras hablar con el capitán en su camarote y descubrir que aún quedaba un largo camino por delante me dirigí hacia la proa del barco, donde casualmente se encontraba Akari. Como era habitual en ella estaba abstraída en su mundo. Resultaba totalmente imposible imaginar en qué pensaba aquella muchacha, pero una cosa era clara, y es que su fidelidad era inquebrantable.

- Un día agradable para echarse a la mar, pero no por ello podemos bajar la guardia - la dije cordialmente con una amplia sonrisa en mi rostro.

La música del mar, golpeando la cubierta del barco al ser surcado, mecía mis oídos. Aquello me ayudaba a separar los sonidos del interior del barco, aislándome de todo ello y permitiéndome encontrar la calma y la paz espiritual. Pero, a pesar del aislamiento y la concentración, no podía ignorar la voz del Emperador a mis espaldas. Desvié la mirada por un instante al hacia él, pero sin mover un solo músculo de mi cuerpo. Luego devolví la vista al frente realizando un solemne asentimiento acompañado de un "Hm", dándole a entender que estaba de acuerdo y que bajo ningún concepto sucumbiría en dicho aspecto.

No era mujer de muchas palabras, hablar por hablar era malgastar saliva. Mi amplia mirada ambarina volvía a posarse en el horizonte, no quería perder la concentración. Por ahora todo parecía estar en calma, pero la calma solía preceder a la tempestad y el mar podía llegar a resultar muy traicionero. No iba a permitir concederle el honor de pillarme desprevenida.

Fue algo repentino, como solía ser cuando los espíritus me hablaban. Un terrible mal nos acechaba, y cada vez se aproximaba más. Sin perder un solo segundo elevé mi aura lo suficiente como para que toda la tripulación se percatara de que quería emitir un comunicado. Rápidamente me dirigí hacia el centro de la embarcación, donde pudiera ser contemplado por todos, y alzando la voz pero sin gritar pronuncié unas palabras de aliento, con total serenidad pero una profunda dureza.

- Queridos ásters míos, un gran mal nos acecha desde las profundidades - dije calmadamente -. Mas no temáis, sed fuertes y juiciosos, pues nuestra fortaleza reside en la unión que profesamos. Nos embarcamos en este viaje a sabiendas de lo que nos podía acaecer, y este es el momento en el que debemos demostrar quiénes somos y qué perseguimos en esta andanza.

Me detuve durante un instante para observar a cada uno de los allí presentes, transmitiendo una mirada de seguridad y confianza, para después concluir con el discurso.

- ¡Preparaos para una batalla sin parangón! ¡Defended la vida de vuestros camaradas! ¡Nuestro destino no es caer en este territorio hostil! ¡Por el Imperio Áster! - bramé finalmente.

- ¡Por el Imperio Áster! - aullaron los allí presentes.

Entorné la vista, yo también lo había percibido. Un aura poderosa se dirigía hacia nosotros desde las profundidades del océano.

Sin dejar de entornar la mirada, esta vez determinada, grité alzando el puño junto a mis compañeros:

- ¡Por el Imperio Áster! -Sumergí entonces mi mirada hacia la profundidad de las aguas, pareciendo como si pudiera ver más allá. Y, sin previo aviso, eché a caminar con determinación y paso ligero por la cubierta del barco hacia el palo mayor, para comenzar rápidamente a escalarlo hacia lo alto-. ¡Telequinéticos, conmigo! La bestia viene de las profundidades. Cubrid la cubierta y concentrad vuestras energías en crear un campo que proteja el barco de la embestida inminente.

Desde arriba tenía una mejor perspectiva de todo lo que rodeaba al barco. Y entonces cerré los ojos agudizando mi percepción áurica, tratando de acallar al resto de voces de mis otros sentidos. La vista podría engañarme, y debía ser precisa para poder evitar que la bestia marina embistiera al barco en su rápido emersión.

Estaba preparada, pero actuaría en el último instante, pues no era conveniente malgastar energías.

Al concluir el griterío el barco se convirtió en un caos. Todos y cada uno de los integrantes allí presentes comenzaron a moverse a una velocidad vertiginosa. Cada cual sabía perfectamente que tenía que hacer.

- ¡Invocadores! Cuando de la señal lanzad una descarga moderada de flujo espiritual - ordené a los tres guerreros invocadores que se encontraban conmigo.

Con paso decidido me acerqué a la baranda de la embarcación y me subí en ella de un salto, sosteniendo el equilibrio. Fue entonces cuando lo sentí. Posiblemente el aura más gigantesca con la que jamás me había topado. Aquel era un verdadero demonio marino. Sin torcer mi sereno rostro desenvainé a Lǜ Dēng, en guardia para la acometida, a la vez que mi aura comenzada a crecer de manera desproporcionada, dejando a cualquier otro aura a la altura del betún. Mas bien era sabido por mis camaradas que aquello era solo una táctica de intimidación, pues la mayor parte de ese aura extremadamente poderosa era falsa: aquel era el poder de la danza áurica.

La criatura se acercaba más y más. Sucedió todo en un instante, un tentáculo descomunal surgió del mar en calma para destrozar nuestro barco.

- ¡AHORA! - pronuncié violentamente con potencia.

- ¡SUMMON! - gritaron los invocadores a la vez que de sus manos salían potentes ráfagas de espíritus directas a su objetivo.

Los tres telequinéticos ocuparon posiciones estratégicas en el barco: dos una posición central, uno a babor y otro a estribor, y otro en la popa junto al timón; y siguiendo mis órdenes concentraron su poder en la base creando un campo protector en ella. Mientras yo esperaba desde lo alto el momento preciso para actuar.

- ¡AHORA! -Grité, abriendo los ojos de par en par.

A mi señal el campo telequinético, incluyendo mi poder, repelió el impacto protegiendo al barco.

Ahora podía ver la gran figura de aquel monstruo bajo el barco. Su tamaño era sobrecogedor, ¡era enorme! Pero no iba a permitir que nadie saliera herido.

Entonces, un gran tentáculo salió del agua dispuesto a hundir el barco como si espantara a una mosca. No me hizo falta ejecutar ninguna orden, todos nos habíamos sincronizado y ahora centrábamos nuestros poderes en crear un campo telequinético capaz de repeler al gran tentáculo, e incluso hacerlo retroceder.

Era un bicho muy grande, y muy fuerte, tenía que infundirles ánimos para que no flaquearan.

- ¡Con fuerza! ¡Empujad! ¡Demostrémosle al kraken de qué estamos hechos los Ásters!

Tras las dos potentes acometidas, no podía quedarme más tiempo cruzado de brazos. Sin disminuir un ápice mi aura, tomé forma intangible y me elevé alejándome del barco. Mientras tanto mis invocadores proseguían atacando a la criatura.

Cuando estaba a una distancia considerable, el Kráken desvió su atención hacia mí. Sin duda alguna, aquel espectro flotando en el aire aparentaba tener el mismo poder que la bestia marina. Todo era una calculada estratagema para que mis súbditos pudieran escapar a salvo, mas bien era cierto que yo solo jamás derrotaría al monstruo. Comencé a lanzar tajos rápidos a los tentáculos que se abalanzaban sobre mí, mientras esquivaba algunos y otros los atravesaba gastando la energía suficiente para ello.

- ¡¡HUIIID!! - ordené alzando mi voz lo máximo que pude.

Sin apartar la vista del Kráken de mis labios surgieron salmos de invocación.

- Ghost who inhabit so far, between the death and the life, I summon you. Come and serve me as the spiritmaster I am. I promise I do not desire you any harm. Come at me, I summon you.

Un pequeño espíritu mensajero surgió de la nada, y con una simple orden mental le indiqué que se asegurara de que los ásters llegaran sanos y salvos a puerto.

El Emperador había formulado una cristalina orden, pero mi código del honor me impedía abandonarlo a su suerte, por lo que tras asegurarme de que los ásters huían -algunos en los botes salvavidas y otros volando en su forma intangible- hacia tierra firme, intangible yo también -viéndose como la clara figura de un ángel- me sumergí bajo el agua para penetrar al interior de la bestia -espada invisible en mano-, tangibilizarme unos segundos en su interior y liarme a dar tajos a diestra y siniestra.

Intenté hacerle todo el daño que pude mientras me duraba el oxígeno en mi forma tangible -moviéndome ágil y escurridiza entre las cavidades, procurando herir zonas vitales-, pues estaba segura de que aquello sería suficiente para espantarla. Y después, todo lo rápido que me permitieron las fuerzas restantes, volví a intangibilizarme para huir del interior de la bestia, hacia la superficie, pero había estado demasiado tiempo sin respirar y no llegué a alcanzar la superficie, aun haciendo un último esfuerzo. Lo había forzado demasiado para salvar a mi Emperador, y mi recipiente no lo resistió...

Al perder las fuerzas, mi cuerpo recuperó su forma tangible y por sí solo emergió hasta la superficie, flotando a la deriva, inconsciente...

No podía creer lo que había sucedido. En un principio me sentí furioso. Furioso porque Akari había desobedecido mis órdenes y se había arriesgado temerariamente. Sin embargo, una profunda preocupación surgió cuando perdí de vista a la pequeña Áster. No dudé un instante y comencé con un nuevo salmo, mucho más poderoso de lo que había convocado antes.

- Ancient knowledge buried in the Other Side, bearers of the unbounded ocean of eternal wraiths, fury of the spectral storms, be just one with your master. Flare up your rage, burn down the flame itself, raze the whole ground! I release you from the unlit rooted jail. Make even the deal, keep intact the kneel, supreme phantoms!

De pronto dos especie de portales aparecieron en cada lado del gigantesco kraken. Un torrente extremadamente caudaloso de almas enfurecidas y rabiosas brotó de las brechas para chocar directamente contra la enorme criatura que se había tragado a la Arconte.

Los espíritus fueron desapareciendo entre explosiones áuricas uno a uno cuando entraban en contacto con el monstruo, que emitió un sonido helador de dolor. Poco después de eso el cuerpo aparentemente inerte de Akari emergió del agua. Sin embargo, el ataque combinado de Arconte y Emperador había sido suficiente como para que la criatura huyera despavorida hacia las profundidades de donde procedía...

- ¡¡Kanade!! - vociferé con un evidente y palpitante temor a flor de piel mientras volaba lo más rápido que me era posible hasta el lugar donde se encontraba inconsciente.

Se había arriesgado demasiado, y si su recipiente no soportaba aquello podía ser su fin. Una vez a su lado retomé mi forma tangible para poder asistirla adecuadamente. Debíamos alcanzar la tierra o de lo contrario pereceríamos allí. Yo me encontraba en un estado importante de cansancio, pues realizar aquel ataque había consumido gran parte de mis reservas.

Pese a ello no vacilé un ápice y comencé a procurar una reanimación. La maniobra resultaba harto complicada, más aún cuando no tenía un apoyo sobre el que realizarla. Nos encontrábamos a demasiada distancia de la costa como para esperar a llegar a ella. De este modo, utilicé mi propio cuerpo para apoyar el de la áster y retorciéndome de una manera inverosímil tapé su nariz y acerqué mi boca a la suya para insuflarle aire en los pulmones pausadamente, de modo que se asemejara a una respiración natural.

Por un momento pude ver mi recipiente en tercera persona... Mis pies, o los pies de mi alma angelical, todavía permanecían unidos a los de mi recipiente, pero yo observaba como un fantasma cómo Philip, desesperado, trataba de reanimarme. Parecía no desear que volviera a unirme al flujo de las almas... y tiraba de mis cadenas para evitar que se desprendieran de mi recipiente...

En un primer momento, no era capaz de alcanzar a comprender porqué el Emperador ponía aquel empeño en devolverme a la vida, a mi recipiente. Alguna razón de mucho peso debía de tener para preocuparse de mí de aquella manera. Yo había actuado por lealtad, aunque en el fondo pudiera sentir una cierta admiración hacia él. Era un buen monarca, eso no podía dudarlo, y tal vez por eso le admirara. Y tal vez fuese en dicho momento que la admiración se tornó en un sentimiento mucho más intenso, algo que pensaba que nunca me sucedería... Los sentimientos como el amor se quedaban tan lejanos como cualquier tipo de apego. Pero, de repente me sentía mucho más cercana a él... Tanto, que podía afirmarlo...

"¡¡¡PHILIIIIP!!!" El vociferio no podría haber sido escuchado por un humano u otra clase de criatura, pero Philip tenía el poder de comunicarse con las almas, por eso, muy seguramente le habría dejado sordo con el chillido.

Comencé a toser compulsivamente para expulsar el agua que pudiera haberme tragado, y lentamente fui abriendo los ojos. Me sentía muy cansada, pero eso no me impidió mirarle con unos ojos enfurecidos cargados de lagrimas.

- ¿Por qué lo has hecho, Philip...? -Pude preguntar en un hilillo de voz-. Eras tú el que debía salvarse y proteger a los nuestros...

Fue un arduo trabajo, que en un primer momento parecía infructuoso. De cuando en cuando tomaba breves pausas para respirar todo lo que podía y después continuaba insuflando aire a la pobre Kanade. Tras varios largos minutos, en los que parecía que todo estaba perdido, sentí el aliento de los muertos.

Y la que hablaba no era otra que la áster. Akari me llamaba desde otro mundo, pronunciaba mi nombre con total claridad, como si me estuviera gritando justo a mi lado, aunque solo yo podía oírlo. Una ola de rabia y frustración me sacudió por un momento, pues aquello presagiaba que la perdía, pero no cesé en mi empeño por salvarla. No permitiría que pereciera en aquel lugar. No de aquella manera.

Fue en ese instante cuando de pronto comenzó a toser y a expulsar el agua de su organismo. Fue entonces cuando abrió lentamente los ojos y las lágrimas empañaron su mirada ambarina. Fue entonces cuando pronuncio sus primeras palabras tras regresar de la muerte por tercera vez.

Y el júbilo y la emoción que me produjo no fueron comparables con nada. Abracé a aquella pequeña mujer con todas las fuerzas que le quedaban a mi fatigado cuerpo. Pese a su diminuta complexión, en su interior refulgía una fuerza digna de la más valiente de las guerreras, como ya había demostrado.

- Todos están a salvo... me he encargado de ello - respondí cansinamente con un susurro que denotaba un profundo alivio - El peligro ha pasado, ahora debemos llegar a la costa.

Realmente no respondí a su pregunta, pues ahora lo único que importaba era que ella había logrado sobrevivir. A continuación fui yo el que le realizó otra cuestión.

- ¿Te encuentras con fuerzas para intangibilizarte y volar hasta la tierra? - interrogué a la exhausta Kanade.

Asentí con un suspiro cansado. Me alegraba saber que, gracias a mi hazaña, no sólo había logrado salvar al Emperador, sino también a los demás ásters. Quise sonreír para acompañar al asentimiento, pero estaba tan cansada que junto con el suspiro desistí al cerrar los ojos.

Entonces formuló aquella pregunta. A la vista estaba que no era así, pero no podía venirme abajo, era demasiado orgullosa como para rendirme ante aquello, debía hacer un último esfuerzo para llegar a tierra.

Por ello, apreté los párpados tratando de incorporarme por mí misma, poniendo los músculos en tensión para acumular las fuerzas que me restaban en una única hazaña más, mientras me mantenía a flote. Y entonces lo conseguí, mi cuerpo se intangibilizó mostrando la verdosa y fantasmal figura de una bella ángel.

Tras lo cual, Philip me acompañó y ambos volamos intangibles hacia tierra firme.

La pequeña muchacha logró volverse intangible pese al gran esfuerzo realizado. Con una amplia sonrisa, realicé la misma acción y juntos volamos hacia el horizonte. Fueron varias horas de exhausto viaje, solamente contemplando millas y millas de profundo océano. Parecía que no tenía fin...

No perdimos la esperanza, y después de un largo vuelo por fin apareció ante nosotros la costa en la lejanía. De pronto sentí como unas nuevas y renovadas energías me invadían, la tempestad ya había pasado. Y fue aún más fuerte esta sensación cuando mi espíritu me comunicó que todos habían llegado sanos y salvos a Vaahl.

- Definitivamente ha sido un viaje arduo y duro - comenté a Akari con una amplísima sonrisa de satisfacción en el rostro -, pero hemos logrado superar la crisis. Ahora empieza una nueva aventura.

OFF: Hemos llegado a las Costas del Atardecer.